Había una vez que vivieron felices para siempre. Aquella vez habida, “siempre” fue un para qué sin mucho afán de medirse en unidades de tiempo. “Siempre” VIVIR FELICES se convirtió en un conjuro de infantes, pelotas y perros.
Pero el tiempo le ganó al “siempre”.
El tiempo gana siempre.
Y “siempre” volviose así en un estatuto frío de eternidad.
Se le fue la gracia.
Vivir felices ya no era más: ni conjuro, ni magia, ni enredo.
Era otro deber, a pagos y a plazos.
Por ello (y desde entonces), tanto las premisas como los finales de todos los cuentos, se ampliaron a una serie de recovecos y acciones y personajes. Es la manera, al día de hoy, que tienen las historias de recordarnos que no hay nudo que valga sin complejidad en los hilos. Tremendo lío. Prefiero andar desnudo.
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"Vulnerables somos porque estamos vivos
y estar vivo significa estar dispuesto"
Pedro Pastor Guerra
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