a) Callejoncillo sin salida
Allí andábamos los dos; anidándonos, un brazo bajo el otro
brazo, comprometido secuestro del tiempo y el espacio. Nos dábamos las pausas
que predican los que fundan su amor en la libertad y luego nos las quitábamos,
sabrosamente, debajo de almohadas y con la piel del otro como edredón ajeno,
tratando de engullir el amor. ¡Que no se escape! Que se renueve.
Pero el amor (diseño universal, concepto en diccionarios)
sigue su curso. No se escapa ni se renueva pues nunca huye ni envejece. Ahí
está: vive como alfombra flotante, esponja que revienta y se torna jabón sobre
otros pechos, agua al interior de otros sexos. Tan tigre el amor que defiende y
ataca, que lame heridas y roe los huesos.
"Con sabrosura", dije; sí / con ilusiones puestas
en volver a olernos, con salpullido de tanto no tocarnos, inobjetados amantes
cuando hincha el sol cada nube de las tardes, luciérnagas ardientes en lo
eterno.
No pudimos.
Lo eterno aparece también en diccionarios.
b) Ciclovía del Niño Envuelto
Empalmar de nuevo la vida en cajas. Mirar cómo decrece.
Pareciera que antes necesitábamos de tantos artilugios para sobrevivir en las
selvas, y yo les insisto que tras cada mudanza mi patrimonio es visiblemente menor. Sigo cargando
mis discos, por si hay alguien preocupado; sigo creyendo en la enorme belleza que
encierra el papel celofán cuando recubre a un álbum nuevo. Porque fuera de ello, he perdido tantos libros y he
robado tantos otros que se me empiezan a escapar las letras que me comía de
noche estas últimas largas estaciones en las que crecí a solas... en las que, ¡por fin!, crecí a solas... en las que estuve solo, pues, dicho sin matices; ya que
crecer sigue pareciéndome un verbo que me acerca y confronta con la muerte, de
la que ya nunca hablo, por cierto, por miedo a morir de pie, como lo hicieran
tantos héroes.
c) Breve caminata del Ocaso
Le hacen falta aciertos a mi existencia.
d) Rincón del soliloquio
Me impongo la limpieza como un hábito, más que etéreo y que
poco engloba, digamos: eficaz. Me considero pulcro. ¿Cómo eres, qué te define?
Pulcritud, señor presidente. Bien. Sin embargo quisiera todo lo contrario;
reafirmarme en el caos de la obsesa necesidad de insanidad y basura. Alguien me
dijo que desconfiaba de mí por tener mi casa limpia. "Escondes algo",
me dijo con los ojos apretados de sospecha. "Escondes algo" se volvió
mi martirio y me persiguió en pesadillas de esas donde las lavadoras se comen
cósmicamente cada calcetín derecho.
Así que llegaba a casa, a veces caminaba
media hora rondando unos jardines cercanos, y al volver tiraba, sí, con
desfachatez y sin cordura, mi rompevientos sobre cualquier sillón; dejaba que
existiera allí, un par de horas, quizá tres; le inventaba nombre y voz, postura
política incluso; si algún andar me cruzaba con él, lo miraba fijo, notaba su
sonrisa irritante, retadora: ¡Quítame de aquí, méteme a tu clóset, princesita! Debía
salir huyendo, volver armado, insatisfecho, atacarlo de frente con un gancho de
colgar la ropa y llevármelo a empujones de vuelta al armario.
Después de todo,
quizá sí escondo algo.
e) Caleta Desesperanza
Cuando la gente habla de "reconciliarse con su
pasado", a menudo pienso en dos siluetas que se abrazan fundidas,
lacrimales, suerte de larguras negras que se vuelven un solo espíritu. Quizá
sea eso; la gran mayoría de las veces gana mi cinismo creyendo que no tengo
nada que perdonarle al pasado y me escapo del autoanálisis. Perdonarme. No
perdonar el contexto, no soy el Papa para pedir que besen mi mano los
personajes que han moldeado mi pasado hasta convertirlo en sombra triste. Soy
yo. Uno más de la fila. Solo perdonarme, dictan los libros de autoayuda. El
cinismo vuelve y ataca de frente: no sé qué debo perdonarme. Y eso me apabulla.
Llena mis poros de espanto y mi presente de cuando en vez se quiebra en llanto.
¡No sé qué debo perdonarme!, grita mi grandilocuencia, grita
mi ego, gritan mis dramas cotidianos, mi cuerpo, reflejo pálido y graso de ese
no-perdón, también lo grita. No sé qué debo perdonarme, ya no hablemos del
cómo.
¿Debo perdonar a mi pereza y mi desidia?, o más bien dejar
de escribir estas líneas panfletarias de autosabotaje y estorbar mi mente con
otros árboles más grandes y de mayor fronda que se vislumbran en el futuro.
Qué debo perdonarme. Me gusto, no lo suficiente para hacerme
un monumento pero a momentos me gusto. Claro, también me duelo, me sobo, me
aplaudo, me regaño, me entristezco o sacudo. Golpes de pecho y de pecado,
golpes de conciencia, golpes de cansancio. ¿Debo encumbrarme en estatuas con
todos estos colores?, ¿con estos diversos pasados?, ¿con el atormentado
presente por no saber perdonarse?, ¿por no saber andar sin un abrazo?
f) Banqueta del reojo
Sólo hace falta llorar un poco para notarle al cobarde la
mayor de las antipatías.
g) Avenida Reconciliación
(El) peatón cumplió diez años y dos largos intermedios
sabáticos caminando tímidamente en la blogósfera. En 2004 la gente producía
contenidos muy específicos para las incipientes redes sociales. Muchos nos
hicimos bloggers creyendo que las bitácoras electrónicas durarían toda la vida y
nos terminamos mudando a otros espacios donde el ego y la necesidad de acrecentar
a la clientela se colocaban por encima de la calidad. Y si no de la calidad, al
menos de la honestidad.
Me
propuse no cerrar el sitio hace ya varios abriles; mantenerlo como un rincón
cálido donde darle desemboque a mis fiebres y espantos. Pero era inútil: me
gusta que otros caminantes lean y perciban sobre estas fiebres y estos
espantos. Desde entonces me he censurado para que no me dejen de hablar en los
bares, o... visto lo visto, para no dejar de ser un ciudadano de a pie que va
cabizbajo hablando de lo cotidiano. Volví a escribir para mí, y hoy es el mayor
de mis disfrutes.
Así que muchas gracias por la compañía, la paciencia y la negociación entre ustedes y Juan
Carlos (esa suerte de alterego) en cada una de mis caminatas y descansos. A
los otrora escuchas en la radio y a los lectores vigentes del blog: tenquiu. Al
caminante novel y al peregrino viejo: gracias.
Habrá que volver a redimirse.
Tendremos, otra vez, que desnudarnos.
h) ¡Parma y jaleo, jopúz!
°
La foto de los campos de trigo en Tlaxcala es de (el) peatón.
°