Cuatro meses de abundante desapego.
A través de caminarlos:
nueces del invierno, soles tristes rodeados de ese cierzo, nubes y la calma de
la memoria, plumas fuente desgastadas, breves sueños con la garganta sana,
muchos caminos de tierra, siete suelas maltratadas, espejos rotos que
adelgazan, dientes que ya no sonríen, piernas que nunca responden, voz de fuego
y rabia, aguas termales por las que tenue resbala el olvido. Cuatro meses de
punto y seguido.
En el fulgor de las obsesiones sociales, y bajo la tutela del
quehacer cotidiano, me he ido volteando a otro tipo de espesuras, de pasiones y
conductas que antes desconocía; al menos bebo menos alcoholes y pierdo el
tiempo en graciosas formas: juego mucho con lápices de colores, circulo lento
en calles desoladas, me imagino todo el tiempo las mismas recetas para ser
feliz y en noches nuevas de guitarra me reinvento como el eterno aprendiz sin
mucho más decoro que las eternas posibilidades de seguir equivocándome.
Cargo a cuestas anteojos y paraguas y vuelvo al misterio
inicial de esta bitácora suspendida en el tiempo. Diez años mirando atrás, un hombre a pie arrastrando las manecillas de amigos y familia, amores y piedras, sexo y
mentiras, libros, discos, cine, descuidos, pinturas, álgebra y desconsuelo,
fotos y manantiales, ciruelas, viajes, estrellas y decorados. Mejor no me sigo
inquietando.
Detrás de las ventanas parece que sigue la vida sin
importarle si voy deprisa o me detengo. Así debe ser la matemática que ordena
al mundo: desenfrenada, me imagino. Desenfrenada, sin sutileza, menoscabando,
encumbrando, tirando dados, reina del sinsentido, fatamorgana en carreteras
abandonadas, oasis para aquellos con cantimplora.
El punto no es la vida, sería tremendo y pretencioso; ni es
el tiempo ni el pasatiempo ni las veredas ni la distancia. El punto (compañera,
amigo, vidamía, halo lunar, madre, campo, viento, padre, ombligo) es el marasmo de todo
recomienzo.
Transcurren ligeras las horas sobre la montaña, y lejos
entretengo el lente y la sombra a favor de estar perdido. Perdido así puedo
volver sobre mis huellas sin asustarme o asustar. Desbrujulado y angustioso,
cantarín de sermones y escapista de las epístolas con moraleja, voy
desdibujándome sobre mis propios andares. Hasta que ya no quede nada. Hasta que
ya no sobre nada. Hasta que al filo de tirar la toalla y entregarme a otras fruiciones un ignoto grito me recuerde las valías fundamentales que me habitan.
Soy yo en la cima y no en la cueva, yo como el ojo triangular que llevo
adentro, yo detrás de mis yerros inconclusos.
Prefiero silbar, trazar a machete mis bordes y darme entero
al trinar piadoso de amores nuevos en tiempos sibilinos. Por qué vociferarle al
mundo entero mis virtudes y rencores, por qué arrancarme la piel si es
impasible el segundero. Prefiero silbar.
Sólo hay algo incuestionable: