- Mañana no preguntes por mí -
No estaré.
(Y
si estoy, quizá me esconda. Y quizá ni haga falta esconderse: seguimos siendo
las mismas máscaras de todas nuestras noches. Allí estás tú, por ejemplo,
pensando que te traerán nuevas dichas los vientos del sur; como si fueras mar o
tormenta, como si estuvieras bien plantado y te hicieran falta sedimentos,
grasas, abono, humedad. Son las mismas dichas, pero hemos aprendido a odiarlas. Son los
mismos ojos, pero nos los quitamos de encima para ver a nuestro modo. Allí
también estás tú, a conveniencia por ejemplo, para dormirte al borde de los abismos
y de culturas. Dormirte (¿te escuchas?) como un hurón viejo. Allí estás tú, ¡ladino
boicot de tu vida!, fuego helado, equívoco silencio que no llega a desgajarse. No
estás en el eco de las bocas que has besado ni en el ritmo de tus pasos por las
calles ni en la antigua nombradía que te tiene cobijado. Allí sigues estando; en los patios, por ejemplo, con tus perros y tus tardes y tus libros, tus cascos,
tu animosa estrechez ante el movimiento de las agujas del tictac. Allí vuelves
a estar, por ejemplo en las ventanas, o en cada puerta nunca abierta, o a las
orillas de todas las mesas, todas las ansias, todas las tretas. Viviendo a
orillas de todo lo que no conectas. Te has vuelto malabares sobre zanjas y
sigues creyendo que caes con gracia. Te timaste por mirón y por kilo vendiste
las ganas, la euforia, los retos, los celos, el ego, las montañas, la lluvia,
los pasos tuyos, ¡tus pasos!, tu frente y cuello, tu sibarita avanzar, tu entramado;
vendiste tu historia y cada gota de ahínco con la que peleaste al nacer. Aquí
estás. No hace falta que te escondas. No estaré.)
Y si estoy, déjame a mí las
respuestas.
- déjame aprovechar las sonrisas en las calles -
El cielo es de (el) peatón
°