My
wife, Jorjana and I were outside on the front lawn under a tree. In
front of me was Groucho Marx! I
looked at him, and, in my best W.C.Fields accent said, "What is your
pleasure, sir?" Without
batting an eyelash, he jumped up grabbing a branch of the tree scratched
himself like a monkey and said to me, "My pleasure is fuck but right now I
think I'll get something to eat!"
Roger Kellaway
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Por aquellas mañanas uno se moría si el sol no levantaba
las nubes todos los sábados y domingos. A mí, que nunca me han gustado los
amaneceres grises, salvo, por supuesto, cuando ando triste, me daba un poco
igual.
Si el fin de semana iba a pintar lluvioso que fuera para
bien: en mi habitación, encontraba los focos amarillos muy propios para
acomodarme en la cama luego del desayuno y escuchar un disco, casi siempre, de
tintes bucólicos, verdes y naranjas.
Y no hallé para tales ocasiones mucho más que Darol Anger
y Mike Marshall, Eugene Friesen y Roger Kellaway al lado de su beligerante
cuarteto de chelistas ciegos. Con éste último, incluso, pude conducir a buen
puerto un manojo de cuentos cortos que más tarde se integrarían en una
colección llamada "escritos libres" (que aún yace entintada entre
hojas foliadas con un rollipop de color sepia).
Al cuarteto le conocí cuando Eligio, amo y señor de una fantástica librería de viejo en mi patria chica, sacó de una consola de madera, especialmente diseñada
para guardar aquellos discos imprestables, el (famoso entre los enterados)
Saturnia, dueño de una portada con la tarde a cuestas en algún campo algodonero
de Kentucky.
Yo tuve suerte; me lo encomendó como disco raro,
rarísimo, lleno de matices y espléndido en atmósferas de rain forest, desplazamiento
sonoro de la naturaleza humana a la más ignota campiña americana. Me enamoré
casi de inmediato por ser tan fina neblina de noviembre.
Así anduve y desandé los caminos del domingo sin sol y el
sábado con lluvia; así se me llenaron los sortilegios de plantas carnívoras, de
estrellas sobre la montaña, de inconfundibles alaridos de cotorras. Y fui feliz
esos momentos.
En la era del magnesio la felicidad era una tarea de
labriegos: no bastaba con contener la respiración al grabar un buen vinilo, o
con incrementar el record level. Ni conseguir un cassette de cromo era el premio
ni saberlo regrabar, el pilón. La felicidad, como hasta hoy se encumbra, sigue
siendo un misterio del pasado, condenada sólo al vago recuerdo del eufórico instante
donde te pronuncias, en estado agudo y con cinco letras: feliz.
...
Y es que perdí el cassette, o se lo comieron los
tlacuaches del jardín o los extraterrestres lo usaron como experimento para el
crecimiento de flores o algún amigo lo escondió de mi vista en su casa, en su
biblioteca, en su burdel... qué sé yo de los fetiches que tiene la gente y la no-gente.
El caso es que hoy, luego de una búsqueda incansable de aquel
Saturnia y quizá guiado por las mariposas nocturnas que lleva tatuadas en el
nombre, lo encontré.
Polvoso y enmarañado; mudo del lado b, y revestido con
una excitante caligrafía juvenil garabateada por un rollipop sepia, lo
encontré.
Entonces dejo de escribir; lo acaricio ahora mismo, tótem de la lujuria más animal y malsana...
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Play!