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Quise, con paralizado empeño, enamorarme siendo aún tan niño. Pretendí conocer mejor a Layla y, tal vez, otorgarme una infancia dotada de hermosura; sin árboles de hule que se iban abajo por causa de raíces manifiestas y poco sibilinas. Crecí por precepto, como sin aspirar al crecimiento. Casi como cualquiera crecí. Layla se fue a Alemania y yo me quedé colgado de una higuera enana sin saber cómo bajar. El sicómoro necio dio tres frutos en veinte cosechas divididas a lo largo de diez años. Se agusanó. Dejó de latirle caldo. Nunca más volvió a bombear la savia hasta la flor. Etcétera. Y lo cortaron entonces: le hicieron tres insignes tajos con un hacha desprendida del mango. Hoy tengo que marchar despacio al tianguis de Tlalnepantla y acercarme, ante el asombro del parroquiano prevenido y dócil, quince higos (sin almíbar que le estorbe al paladar), y abrirlos por el medio y chupar sus filamentos con semillas. Y mojarme en ello los dedos. Y marearme de dulzura. Y ser afable luego con la gente, e ingenioso con las hormigas. Sí, quise, Y
Quise detener las estaciones cuando, a mis trece agostos, llegó la pálida fragancia de una pitahaya lesionada por otras guerreras pitahayas que brincaban en la misma caja. Tuve que amoldarme al verano y esperar sentado para salir al camino e ir al encuentro del siguiente estío. Fue tan parvo el tiempo de lo contento que al volver a probarla a mordidas(en su segundo ciclo de reproducción), y estando ésta obsesivamente partida en níveos medallones con cidra y caramelo, fueron demolidas mis absurdas pretensiones de casar a pitahayas con limones.
Quise, gobierno del destino (no quise, en realidad), tumbarme en el pasto espeso de una pradera llena de caballos salvajes que dormían. Quise, por travesía del azar (quizá quise o fue suerte), atravesar un bosque invadido de relámpagos y abejas y ruidos y ruinas: salí vivo y jovial del tierno esclarecer de las sorpresas cuando te enseñan los dientes. Tuve también, permiso de las circunstancias (que no quise ni quisiera), en las manos arañadas de los años mi tibia mano de niño, manita inconsciente del futuro y predicadora de un pasado espacial, jupiterino, de árboles caídos, cuentas postergadas, novias que partieron, rayos y pomelos / Luego vine a Tierra, y en ella baño a mi sombra.
Lo incierto es detenerse. Acierto fue indagar.
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