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domingo, 24 de octubre de 2021

Estamos a salvo


Sigo pensando en mis pies desnudos cuando tocan la duela de pino de nuestra habitación. Huele bien. Se siente bien. Truena, concreta, la madera. Me abrigan las cigarras cantando en la ventana. Son las cinco. Ni tarde ni temprano. Las 5 son una oportunidad para escuchar la limpieza de nuestros montes.

(Antes, toqué tus labios con mis dedos sin que te despertaras. Imaginé una almohada, y avellanas. Qué quieres que te diga. Hundiste tus dedos en mis mejillas sin despertarte. Creo que pensaste en pretzels con chocolate amargo… ¡la cara que pusiste! Qué quieres decirme. Nos mordimos la boca con el diminuto entusiasmo que siempre muestra lo eterno. Estamos a salvo. Afuera, un perro merodea el frío.)

Salgo de la habitación; antes de cerrar la puerta, te miro un segundo: parpadeas despacio, te entregas a la tímida sonrisa y te acurrucas, arropando tu cuello con la cobija de alpaca. Suena una ambulancia. Estamos a salvo. Huele bien. Se siente bien. Cierro la puerta, queriendo más de ti. Me invento en tu recuerdo.

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viernes, 10 de abril de 2015

Amor gorrión





Antonio goza fragmentar los diálogos en tenues espacios, repasando sombras, luces, abandonado a la contemplación del polvo y el aire que se minan por los huecos de las conversaciones: nada tan preñado en adrenalina como un silencio arrebatado entre dos que se quieren.

Y Bibi no sabe dónde meterse, quiere volverse mesa, mantel, tablajón, duela, cemento, juega con vicio y ternura con la cucharita del café, gusta de marcar con taches de espuma el filo de los platos, relame esos silencios, se mete bocanadas al vientre que inflan su memoria intacta. No tengo recuerdos con “éste”; suele pensar de un tiempo a esta parte: no me ha hecho daño, no me ha hecho prenda, me abre las puertas, me abre las piernas, ¿me besa las manos?, me invita a cenar. Lo quiere bien; una suerte de amor gorrión que vuela bajito para estar mucho más cerca de los olores, las texturas, la importancia. Las cosas que una piensa, dice. Amor a secas, piensa.

Y Antonio en el silencio engulle su cítrico perfume al tiempo que ella sorbe dos traguitos del expreso que le empaña los anteojos.

Viaja ligero en equipaje el sonido de un trinche que rompe la capa de una crema catalana en la mesa del fondo. La visten y la sientan Doña Luisa y Gabi, ataviadas en perlaje verde y satén marfil. Dos gotas pretenciosas de Perrier bebiendo Bellinis como en cualquier tarde de domingo. 

Ya miran a Toño quitarse el saco y aflojar discreto la corbata. Musitan. Airosas y apuestas. Se ve que la quiere Dani. Dani apura el trago sin quitarle la vista a la Brioni en el cuello de Antonio. Me tiene sin cuidado si la quiere o no; no sabe ponerse una corbata. Ya no te hagas más daño Gabriela: mírate lo guapa que estás, lo afortunada y linda. Los hombres son como los músicos, hija: entran, tocan y se van. / Mamás. Se creen la savia dulce de la Madre Tierra.

Una fresca risotada exclama Antonio que hace que las burbujas del champán se rompan. Con galanura se excusa levantándose de la mesa nueve y se dirige con mohín alegre al tocador. El garzón en turno, un tipo solícito, le procura una flauta de Midori y espumoso seco a Bibi: cortesía de las damas del fondo, explica. Puesta en labios apretados, agradece tímidamente con una risita turbada. Su lengua aprehende las primeras notas dulces del melón dejando para el final un amargor nuevo y excitante. Es la tercera vez que Gabriela intenta quitarse de enfrente a los estorbos.

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En una ventana es un óleo formidable de Bartolomé E. Murillo 

jueves, 9 de abril de 2015

En un hilo





Ando y desando con el alma en un hilo de seda que años atrás un gusano labriego escupió en Japón durante la guerra civil que llevó al país del sol en su bandera a la bucólica ruina como aquellos fastuosos edificios españoles del barroco tardío destruidos durante la dictadura militar del General Francisco Franco al que mi abuelo topó en un buque que célere partía de Huelva a Veracruz donde desafiando lengua y costumbres el hijo ilegítimo de una mora y un trujillense ladrón se apoderó del oro azteca con la ayuda de los jarochos a los que de un tiempo a esta parte noto apaciguados con las discusiones sobre el clima y el precio de los perfumes piratas que los rusos en franca colaboración con la aduana desembarcan en el Puerto insigne de la Villa Rica para deleite de las narices de chicos y grandes como los tres hules viejos del jardín materno que en el ‘85 un ventarrón del sur nocturno y caliente derribó provocando estropicios en la tapia en la que pandillas pueriles solíamos mirar la tarde agonizante y los tordos volver a la guarida arbórea en la sierra eterna que esconde en sus parajes de ocaso la Madre Oriental de este inmenso mundo de nubes con formas de cocodrilos y olor de azafrán en flor.

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Luego (y cantado entonces lo anterior, paisano), seco de saliva y licor, pronuncio en fiel altavoz los estambres que rígidos nacen de mi patria chica: vientos tibios, sol de moribundos, garzas, valle verde, zafra, canción, vereda, palo de la guayaba, tramperos, quijadas, dóciles cabritos, matorrales, madre horadada, lluvia, flor, mujer honrada. ¡Bórdame estos nombres en la piel, petrona! No sea que vuelen a ras los quebrantahuesos y nos tapen el camino con sus antenas y tuercas.

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La blusa con tira bordada tabasqueña es foto de (el) peatón

miércoles, 8 de abril de 2015

Smart Dream


- o El tufo de las terneras -



Me ha parecido verte en la cocina el otro día; jueves. Ibas a preparar risotto con solomillo y recordé la discusión que tuvimos meses atrás sobre el tufo de las terneras. Quién sabe. Estás muy guapa como para llevarte la contra en olores. 

Te pediría que saliéramos a pesar del visible anillo que presumes. El viernes soy sous chef en la apertura del Salado, sábado se me casa la sobrina mayor y mi hermano pidió el display de postres. Además debes pensar que soy una especie de bicho raro: cocino siempre con la filipina negra, no uso toque blanche, regaño siempre en francés, ando en moto, fumo y fumo en el traspatio y paso gran parte del día viéndote los senos y las nalgas. De seguir así ni siquiera te voy a dar la oportunidad de que me mandes a la mierda.

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Y yo queriéndome comer tus labios, los de arriba y los de abajo / Siento que eres la modosita perfecta en la cama / Anoche me llegó a casa el Smart Dream que me recomendó esta chica muy espigada que está en caja / Ni yo sabía ¿eh? Mira que hay de dónde elegir / Es un, cómo decirte Vale, aparatito que… da… viene como en colores… ¿morados?, lo más nuevo ¿eh?, y limpio, limpio, seguro… como una especie de… estimulador…

clitoridiano.

¡Ya está! 
Lo dije.
Las cosas como son.

No he tenido tiempo de usarlo; esta mañana La Roque me llamó con su tonito burlón de niño tonto para pedirme orozuz ¡Dónde le consigo orozuz al nene! Tuve que ir a un sitio horrible, me salió carísimo y el muy cabrón no me va a pagar ni el taxi. 

Pero pensé, pensé mucho tiempo, en la ducha, al ponerme la ropa interior, en el café, en la Ducati, al notar tu ausencia en el restorán los últimos días –ya sé: la boda, me imagino-, que bien podría enseñarte a usarlo. O que lo uses conmigo, bombón. No sé: me tienes fascinada, magnetizada Valeria. Caliente, ¡feroz!, atormentada. Vaya vergüenza. Y vaya tristeza también.

)

¿Será que yo te gusto?




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La tetera de cobre es obra de Jorge Pineda

jueves, 28 de agosto de 2014

Paciencia ilimitada


(Otra fábula sin moraleja)




Paseaba su vestidura el cangrejo rozagante
terno blindado marrón y sonrisa socarrona de franco ganador. 

Dos gurruminos fueron anoche sometidos por sus pinzas rebosantes en aniquilación y furia sosegada. 

Fuera del hoyo conoció a la caracola con la que, provisto de paciencia ilimitada (amor es la palabra que utilizan en el reino de las plantas) caminó diez horas, apenas rozando la espuma de los mares. 

Entregarzas de puntas afiladas y saliva.

Poco antes: 
las claras del Sol, 
la búsqueda del árbol escondite, 
el tronco retorcido de sus vidas,
la calma que antecede a las tormentas, 
el beso inesperado y juguetón. 

Después: 
el niño taxidermista,
 la hormiga oportunista, 
la carroñera gaviota, 
las ansias de bronceado de todos los insectos.

°

¡Play!


La foto es de Roberto Trigo

°

martes, 10 de marzo de 2009

Inventario del Transeúnte

> Algunos descartes de febrero.



"Escribir a pesar de todo, pese a la desesperación..."
Marguerite Duras

a) Monalisa

Se miró taciturna ante el retrato aovado; Tocó su rostro impreso en Ilford a través del vidrio delgado, su dedo índice apenas quitó la capa gruesa de polvo y pensó: “soy la utopía de esa mujer de antaño / soy lo que mi abuela siempre quiso ser / la hechicera de los ojos negros / la cortesana de un imperio chino / soy también mujer (que ya es bastante sólo serlo) de múltiples talentos y poco engaño al paso del tiempo”. Allí se quedó un buen rato, quizá dos minutos, atenta a fusionar sus ojos con los del retrato. Atinó a alejar el marco y pudo encajar también su boca, nariz y una que otra peca. Entonces hizo una mueca, casi una sonrisa muy quieta: una monalisa, que en su defensa, quitó para siempre el polvo de su cara, volviéndola con esto más joven e ingenua, volviéndola más bella de lo que en pleno siglo XXI, ya era.

b) Volutas de humo

Un poema de Salvador Ángel Molinari:



c) Dos de metal *

Dos de metal servirán para domesticar al aire.
Puede que te me escondas detrás de los detalles,
o que, con alondras, vueles a otros valles.

No tiene por qué haber más gritos
ni soluciones sin laberintos.
Sólo es esta desdichada tarde
que anda atolondrada por ser de nadie.

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* Estas son el tipo de volcaduras
que no debieran ser publicadas jamás...
ni en un blog, que la luz se gasta.

d) Miniatura i.t. 1

El primer portazo fue una salida fácil; quiero decir, así cualquiera se escapa. Mientras la batalla se vaya perdiendo y uno no se entere de los chistes que de afuera vienen, la cosa es (o debiera ser) sencilla, digamos pragmática… o quizá, ya sé, por poner un ejemplo: arroja una piedra tan fuerte, tan alto, que el objeto tarde meses en caerte encima, a las dos semanas lo olvidas y con seguridad te desnuca. Lo mismo le pasó a Marco Portilla; se quedó tan dormido luego de jornada doble que un avisado de la comunidad vecina fue y le ordeñó a sus vacas dejándolo sin leche, sin dinero y sin almuerzo. A Marco poco le importaron las ubres de su ganado; quiso en vez, pongamos, robar gallinas del rancho del avisado. Al salir de casa aquella vez, guantes en las manos, dio un portazo. Aquella puerta se venció luego de algunas veintenas dejando (un mal día) a su hijo menor, las secuelas de un chipote en la cholla y un dedito aplastado.

e) Inventario del transeúnte

Me he convertido en agua para llevarte mi cuerpo en envase. Estoy aprendiendo las técnicas sublimes del encantamiento. Soy un viento, una tormenta, una noble especie de aguacero. Ando también caminando descalzo sobre los muros del tiempo. Blasfemo de lo efímero (de tu vida y de mi muerte). Canto a tres notas que te quiero, que te imploro que me ames. Río después, con calma, con vergüenza, con espasmos. Hago de mi vientre un santuario de monarcas michoacanas que esperan con prudencia los diciembres para alzar el vuelo. Le grito a la noche tu nombre para ver qué me devuelve. Me devuelve tus aromas casi provocando mi desmayo. Cumplo el ciclo pardo de los cielos grises cada que, de ti, me ausento. Bostezo fuerte, me alimento, hago espuma, juego. Sé, por fin, quedarme callado. Anuncio victorias y la gente aplaude, me apoya; ya los veo venir, desquiciados, a mi persona; tratando de tocarme, de llevarse la gloria, de mirar el cielo en mis ojos cautos. Hago de cuenta que estoy, luego me marcho. Antes tomo tu mano, así me voy acompañado.

f) Dónde se habrá metido esta mujer

Un poema de Dn. Javier Krahe:



g) Miniatura i.t. 2

Ando cabizbajo por las calles que, solemnes, sólo piden limosnas y papeles. Tomo una copa de vino y la brindo a su encuentro. Me como dos calamares, regodeándome en sus tintas chinas y en sus portentos. Hago de mi cuerpo un origami rudimentario, moldeo mi cuello; mis ojos se vuelven rodillas, mis rodillas, pañuelos.

h) Y:

Una cancioncita, un contrapunto si así se quiere, para escucharse durante un atardecer en Zipolite con la mujer amada y una caguama bien fría.



Así quedamos.

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miércoles, 18 de febrero de 2009

Insomnio

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Escribían juntos siempre que llovía. Se prestaban los bolígrafos y lápices. Intercambiaban sentidos de su prosa y amalgamaban a veces su poesía. Robaban de las flores el color para sus textos y del césped mojado toda la sensualidad cerebral que luego les brotaba como vapores pesados. Radiaban; cerca de la noche se les veía a lo lejos comer chocolates blancos mientras andaban los parques.

También, en ocasiones, bostezaban; se miraban rudos, la una al otro, pescando en celos sus sueños de escritores rotos. Volvían a casa y dormían. Casi no hablaban; apenas comieron juntos unas veces en treinta y siete otoños que vivieron como esposos.

Luego una noche de mayo llovió. Era tan fuerte el presagio que el agua se minó entre las hendijas de la sala y poco a poco inundó toda la casa. Los libros de Borges y Salgari, uno a uno, fueron desencajándose de su espacio, de sus muebles, de su vida. Y los peces japoneses. Y las tazas que coleccionaban de sus viajes. Y los juegos de mesa. Y las fotos de los nietos. Y la pintura aquella que les heredó Bernardo Torrens en subasta. Y los lirios. Y las hojas sueltas. Y el armario con vinilos de ECM y Motown Records.

Y así todas las cosas, algunas con pesados escombros ritualistas, otras tantas sin lujos de forma u origen definido, fueron quedando sumergidas en el vientre materno de la lluvia homicida.

Aquella vez no escribieron, sólo se abrazaron en la cama vieja y se desearon las buenas noches / Afuera había sol, y el resto de la gente tomaba la siesta.

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martes, 17 de febrero de 2009

Confesiones de un Lunes

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9:12

Rosario me regaló algo bonito por mi santo.

Rompí la envoltura con prisa estúpida y terminé tirando todo el contenido a la basura. La estúpida basura se apresuró a romper el contenido que antes envuelto terminó tirado. Terminé de envolver el contenido y estúpidamente rompí la basura con prisa. Ahora la prisa sin contenido me envuelve entre basuras tiradas; si seré estúpido…

10:03

Un cursor perezoso es manipulado grácilmente por mi ratón sin alambre. El roedor eléctrico me causa artritis y justo cuando pienso seriamente que enloquecer es la salida, un monitor me anuncia por medio de unas rayas amarillas que las pilas fenecieron luego de jugar la final de Pin Ball Magic contra un húngaro de siete años. El muy sin vergüenza me ganó por veintiocho puntos y añadió caritas felices a su score en su myspace. Nos dimos un apretón de manos con emoticones rosas y luego se desconectó del sitio aquel, dejándome partida el alma y los ojos irritados.

11:40

La vida de un móvil transcurre (la mayor parte del tiempo) muy quieta; tremenda la ironía. Es acaso como el humo silencioso que se desprende de las velas; es quizá la maravilla fortuita de las plantas que se mueven cuando nadie las mira –o apenas alguno las vigile largo rato para encontrar descanso-.

12:15

Anoche se acercó lo suficiente como para verle los colmillos a una araña grande y parda. Posaban enhiestos sobre el muro encalado y daban ganas de tocarlos nomás por sentir así de onda una mordida caliente. Dije yo, preocupado y lejano, que de un tiempo a esta parte las tarántulas me parecen graciosas si las comparo con las tijeretas que pueblan mi pisito con madera. Dijo ella, indiferente y morbosa, que las arañas no tenían colmillos sino pinzas. Dije yo, sobresaltado y suspicaz, que cómo era posible que escuchara mis pensamientos. Dijo ella, coqueta y sin sentido: ¡me confundí; sí tienen colmillos!

12:57

...

Y es que un móvil puede parar de golpe por impulso humano o juguete de gatos; puede alebrestarse entonces como aliviando el vacío y ser a la vez residuo de vacío. Un móvil es, si bien se ve, la introspectiva de una algarabía que pende de plafones y a la gravedad resiste. Curvas de diseño y performance: a tal proyecto me reduzco cuando intento caminar a través de lánguidas partículas de hidrógeno.

9:12

Casi me cago, literal, cuando supe de un brote de risa en la calle 14. Empezó muy de mañana; todavía sin sol, la niña Julieta se rió con timidez de mi persona batida en Calcetose.

Salí de casa de Rosario con el reloj encima hacia el piso 9 del edificio guinda y tropecé con una mujer inquieta que lloraba en el ascensor. Al notarme, aquella Clementina cincuentona paró de golpe, y al levantar la cara se le vino abajo el rimel formando un lunar de bruja en su nariz; me volteé de cuerpo entero y tosí por no reír. ¡Tu puta madre, imbécil!, debió haberse dado cuenta.

Me quité de allí como pude y sonrosado; rápido lo conté a cuatro colegas ante la máquina de café y todos reímos. Uno de ellos distribuyó el chisme con tacto magistral. Dos mujeres durante un descanso para pan dulce y más café ubicaron a la bruja y le murmuraron al lado: “dónde dejaste la escoba”; la bruja nunca supo pues el chiste era local.

Habría que ver a la salida a Don Ramón Martínez y clientela degustando tacos sudados de huevo con espinacas y discutiendo todos que si Rosamari (la bruja) trabajaba en ventas o estaba simplemente de visita conyugal. Luego supe que su marido era mi jefe, y que al ojo, sabía mis nombres y apellidos.

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puente musical



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9:17

Rosamari habrá llegado a la calle 14 muy contenta; posiblemente abrió la puerta de su casa silbando una de Pedro Infante, preparó dos sándwiches con jamón del bueno y rebanadas de plástico amarillo. Esperó al licenciado muy paciente en la salita, se puso a ver el noticiario de la tarde y tuvo a bien comerse las últimas uvas de un racimo oxidado.

Tal vez a las nueve llegó el esposo, y allí, en el mismo rellano de la entrada al jolecito principal, la lechuza aquella le cayó con llantos y mejillas y más rimel. Debió haberle contado todo, exagerando, por supuesto, el episodio. Luego de calmarse, se dieron dos besos y comenzaron a reir -casi a carcajadas siniestras-; no habría podido estar mejor cimbrado el despido masivo del que hace unos instantes fui testigo; si seré estúpido.

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(Los cubículos son de Michael Hogue)

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miércoles, 3 de diciembre de 2008

La Ingrata Fortuna

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Se desabrochó la blusa. Quitó esa madeja de olvidos de su mente y volvió a cantar bajito como si nunca lo hubiera intentado. No le dijo nunca más: “te necesito” ni musitó su nombre en vez del mío. Fue tierna de modos feroces, y huidiza, quizá, como se es en los primeros roces.

Luego me dio dos apalabrados golpes (cada quien con sus lecturas) que resonaron dos meses en el fondo de mis dos orejas. Puso el despertador y se echó a dormir cual rumiante traviesa que de tanto pastar y mirar horizontes es capaz de ponerse, no sólo ociosa sino también obsesa.

Allí la miré a menos de un metro y me quedé vigilando su sueño como si gimiera despacio las letras de los cantos de su cielo. Y allí me bebí dos litros de agua con burbujas pensando qué hacer para que despertara más pronto de sus oníricos enredos.

No lo logré. No volvió en sí hasta pasadas las nueve; eran ya la ciudad y los semáforos y el humo de los escapes y el silencio mustio que emana de los pasillos de hoteles viejos. Era que el tiempo, tan pronto llegó, se hizo de luz y arena fina. Era que nos perdimos el amanecer al correr las tres cortinas.

Yo me levanté de ese lecho hundido donde no dormí por temor a inconciliables dudas y ella se fue poniendo erguida mientras llevaba su lengua a la mía. Casi toqué la tierra blanda en la que se convirtió esa alfombra. Casi enjuagué mis ansias en su pequeña boca y casi, estuve a un paso, de llevarla otra vez a la cama.

No lo logré; ya se le habían incendiado las sandalias cuando se echó a correr. Otro día, después, dijo saber que esa vez me había quedado con más ganas de. Ya no contesté por temor a ofender, es más, hasta le invité el café al mismo tiempo que ella me reprochaba: “hubiera preferido un té” / Bueno, señora, qué se le va a hacer.

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Il giardino Toscanetto corrisponde al occhio di Paula Schmidt.

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martes, 4 de noviembre de 2008

Mágreb / Mashreq

> Un ofertorio a Ernest Miller H.



Sólo se oyó en la distancia un rugido de león herido. El resto era maleza acostumbrada al descuido; el resto era una selva condenada al olvido. Allí me quedé asombrado y con susto de hombre equivocado; no pude moverme siquiera o despedirme de la fiera, no hallé las palabras sonantes o cantantes ni la elegía perfecta que desenmascarara por un breve instante mi silueta de fina hierba o caballero galante. No supe decirle adiós a aquel gigante.



África es enorme; es una teoría que no aterriza sobre nada, es (para mis paisanos) un continente desechable. África es también, regalo de muchos paisajes. Vida somera con intachables modales. Mágreb y mashreq de tibios horizontes. Cénit de pasiones, nadir sin faldas. Arma que desarma al débil. Lujo para la aurora carmesí del desencanto y lo extraño. África es el sitio que quiero habitar cuando me vuelva ermitaño.

Muchas dunas atrás, sobre desiertos durmientes, antes agua de mares salvajes y lava de volcanes, miré a aquel hombre azul deshacerse ante los soles de los valles de Nubia, rodé por Gobi y en Tánger mentí tres veces. Quizá jamás me sacudí debidamente de las jornadas postreras: mácula de savia inmaculada (migaja en el jugo limpio), té de menta y miel, dátiles de palmera baja, brisa de oasis, dedos de novia.

Y sin embargo una noche despejada, ventajoso y con buen ojo, le disparé dos dardos de Habitrol y Acepromazina a un animal domesticado que amaba a cierta vecina…



Tinariwen - Chet Boghassa

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jueves, 14 de agosto de 2008

Alicia y Lucía

> A Dashiell Hammett; donde quiera que esté.



Voy a darte una sorpresa (dijo). ¿Recuerdas a Antonio?, ayer se mató / (Hice con mis dedos dos chasquidos) ¿No te fijaste dónde dejé las llaves? / ¿Me oíste? / Sí, sí; Antonio, que... que se murió... / ¿...? / Alicia, ¿de cuál Antonio me hablas? / ¡Mi amor! / Es que... conozco a cinco o seis Antonios. ¿El que trabajaba contigo? / Antonio Orozco / Ah... ni idea / ¡El de la tlapalería! / Ah... / Ese Antonio / Ajá... y... y.... ¿y?, ¿cómo se mató? / El pobre iba manejando a su casa y se quedó dormido... es que esa carretera es bien peligrosa. / Sí... sí, sí / Y tú siempre la tomas muy rápido. / Bueno, no siempre... oye: ¿no las traes en tu bolsa? / ¡Qué cosa! / ¡Las llaves!, las llaves (lo refuerzo girando nerviosamente mi muñeca) / ¿Ya las perdiste? / Llevo diez minutos buscándolas... no... no podemos darlas por perdidas. ¿ya buscaste?, busca, por favor ¿no? / Siempre las pierdes Juan Carlos / No siempre... a ver, llegamos de la calle ¿y? / ... y te fuiste al baño. / ¿ajá? / ¿ya buscaste en el baño? / ¡No las pude haber dejado en el baño! / ¿ya buscaste? / ... no, ahí no están. / ¡Cómo sabes! / Porque... sé. Nomás. Pero luego qué hice... me vine para acá ¿no? / No sé / Cómo no sabes, pues sí ¿no? / No. Amor, las tienes atrás de tí. / Mh. ¿tú las tenías? / ¡no! / Ah... oye, ya me voy ¿vas a querer que pase a la farmacia? / Sí, por favor, no se te olvide / Por eso te estoy preguntando ... ¿me apuntaste cómo se llaman las tabletas? / Syncol, güey, ni que no sepas... / ah, sí... sí, sí, sí... je. Oye, pero me habías dicho que esas te hacían un hoyo en la panza ¿no? / Pues sí pero aquí no venden de otras. / ¿Quieres que vaya a Coatepec? / No, ya déjalo. / Si quieres voy (me le quedo mirando) / ¡No! / Por eso, yo decía que no. / (se ríe, resopla, me da un empujoncito) ¡Qué calor! / Ali, tú todo el tiempo tienes calor / ¿No hace? / Bueno sí, pero no tanto... digo, si te quitaras el suéter estaría super bien... / No, porque me da frío. / mh... (suspiro) bueno... ¿te traigo otra cosa? / Oye, vele a dar el pésame a la Lucy, no seas así / ¡Quién es la Luchi! / ¡Lucy! / y... ¿qué, quién es? / Pues quién va a ser... / la... ¿esposa de Toño? / ¡Su hermana!... Juan Carlos estuviste en la secundaria con ellos ¿y ya no te acuerdas? / ¿yo, estuve en la secundaria? ¿con ellos? ah... no pues la verdad no / Vinieron aquí cuando me mudé, bueno vino Toño a decirnos que si queríamos forrar el mueblecito de la entrada / Ah, sí es cierto... sí, sí, sí. Claro. Ya... y qué... dónde vive o cómo. / Ahí, en su negocio, llegas, se va a acordar de tí / ¿tú crees? / Sí... ándale, no seas así / ¡Pero yo ni la conozco! / y les compras flores... se las das a su mamá / Oye, tú realmente sí te sientes mal ¿verdad? / (vuelve a reírse) ¿por qué? / ¿y tú crees que yo sé quién es su mamá? / Se llama Lucía, como su hija / No, pues... excelente dato ¿eh? O sea, llego y pregunto por las Lucías que estén en la habitación y entrego flores ¿no? Así como: ¿alguien pidió rosas? / No se llevan rosas, vida / ¿ah no? a mí me llevaron rosas cuando se murió mi papá / (sonríe y se burla) ¿te llevaron rosas? / bueno, eran rojas y... había unas blanquitas / No puede ser / sí, yo me acuerdo: rosas / pues tú no vas a llevar rosas / o sea, ya diste por sentado que voy ¿no?, ¿y quieres que me eche el rosario? o que le cuente chistes a los viejitos de afuera, digo, para saber / (se ríe) mira muchacho, haz lo que te ronque la gana ¿de acuerdo? / pues eso mero haré / ... pero sería bueno que te vieran / y a todo esto ¿cómo te enteraste de lo de "toño"? / Me llamó Lucy / ¡y por qué tiene tu número Luchi! / Lucy / Lucy... ajá / porque... por lo de los muebles / cuáles muebles / el de la entrada, pues... (se aleja de mí, se sirve un vaso con agua, lo toma con mucha calma, respira dentro de él, se lo termina, lo lava... la miro) ¿sabías que eres una freak de los gérmenes? / sí, señor / ¿ya te enojaste? / no... pero me gustaría que fueras / ¿Por qué no vas tú mañana? Te acompaño, ahí sí, para que veas / para que vea qué / no, nada; es un decir... ya te enojaste / bueno es que, en realidad, yo fui novia de Toño hace muchos años / ah, oquei... / ... / pues con más razón deberías ir tú ¿no? / no quedé muy bien con su familia / ¿y eso? / otro día te lo cuento / ¿no puede ser ahora? / y por qué tanto interés / no, digo, para... no sé, por nada. 'Ta bien, luego me lo cuentas. / sí, mejor / oye, ya me voy, me van a cerrar la farmacia. Syncol ¿verdad?, ¿nada más así lo pido? (me mira con hartazgo) ...no sé, debe haber varias presentaciones ¿no? / ya vete / ¿me corres? ¡me corres! / ¡sí, te corro! (ríe) a ver ven acá (me acerco)... qué modos son esos. (me faja la camisa, por atrás... me da una nalgada, le guiño el ojo, nos damos un beso, camino hacia la puerta, la abro, la cierro) / ... /

¿Lucy? ...ya le dije a Juan lo de tu hermano / ¿que hiciste qué? / Le dije... lo de Toño / pero ¿por qué? ...y qué hizo / me quiso preguntar más pero le dije que luego... bueno, es que en realidad no le dije todo / ¿qué le dijiste? / que anduve con él hace años / Pinche Alicia ¡aguas, güey! en qué quedamos / ni se va a dar cuenta... él en lo suyo / ya no le digas nada / me va a preguntar / hazte la loca / me va a preguntar, no lo conoces / hazte la loca / ¿y si se entera por alguien más? / ¿quién te vio? / no sé... nadie / 'tons no le hagas al cuento. ¿Vas a venir al rosario? / No me siento muy bien / ¿vienes mañana? / mañana voy, un ratito / te espero Ali / ... / ¿te espero? / sí... / ... / sí, sí, mañana voy... mañana te veo (y cuelgan. Alicia saca una tabla, se sienta en un banco, empieza a cortar jitomates, llora un poco, va a hacerme una de sus salsas).



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lunes, 11 de agosto de 2008

S.T. 1/n

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Tengo miedo.
Eso es.
¿A qué? / No sé.

Lo bueno es sentirlo.



Foto: David R. Williams. (Gal Ice)

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lunes, 4 de agosto de 2008

Frágil Fernanda y el Hombre sin Talento

> Dos miniaturas al precio de una.



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I. El hombre sin talento.

Quité la flor de esa maceta. La mudé despacio, de espacio, de especie y allí, en su nuevo hogar, la abandoné. Dijo Fernanda que jamás lo hiciera; que si un mal día me intrigaba saber por qué ya nunca abría, sin temor al error, la mataría.

Sin embargo aquel tulipán, que resultó ser flor roja de ornamentados pétalos y delicada faz, (ese individuo solitario que nunca me mostró su cara elegante) no optó por morirse, sólo cambió de dueño. Creo que a veces a la flor le hace falta un buen cambio de dueño: otro misterio más de abono, tierra y soles.

Soy un jardinero incapaz de demostrar talento. Una desgracia para las matas, químico eficaz contra las plagas. Penumbra en la fotosíntesis, carbono catorce que trae reducidos vestigios de vida. Fernanda bien lo sabe; cuenta en su libro sobre musgos y verdor, que “hay maldad en los hombres, pero hay más indiferencia”. Y eso mata a las bromelias: les quita el agua azucarada, las serpientes. / Soy un hombre sin talento. Un jardinero indiferente.

La noche que paseé con ella hubo más flores de azahar que otra ninguna. Le arranqué dos docenas al naranjo (me quité la gracia del jugo mañanero una semana). Desinfecté la higuera con orina (tuve, por imbécil, que hacérmelos en almíbar). Y luego le di dos besos por error a mi ex-Fernanda (le supo a amoniaco el rostro). Me aventó una bofetada que detuvo el platanar con savia que manchó su blusa. Discreto me reí, a sabiendas del futuro seco, erosionado de mi mente. Pero me oyó, se enfureció: arrancó con sus manos blancas un pedazo de pasto (eso que magistralmente logran los iracundos) y lo arrojó a mi cara roja de tulipán abandonado...

No volví a plantar semillas.



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II. Frágil Fernanda.

-¿De dónde me llamas?
- De casa, ya te dije…
- ¿Y?
- …
- …
- Bueno, quería saber si ya te acostumbraste a la… a la… a la estufa… ésta…
- ¿Por qué me sigues llamando?
- Han sido dos veces Fernanda; no hay por qué alarmarse.
- Ya no hace falta hablarnos.
- Sí, pero… el… esto… es… bueno, no es/tan bueno estar tan solo ¿no?
- …
- Es que en realidad fu… siento que fui un poco… grosero… contigo.
- …
- Es… lo que yo creo.
- Ya no importa.
- No, sí importa, a mí me importa.
- …
- …
- Pues a mí no.
- …
- Me gusta este cambio. Es… lo que buscaba y… si todo esto resultó mal fue porque a los dos nos…
- ¿Sabes qué? Ya párale Fer. Ni quien te pida explicaciones… / ¿Fernanda? / Puta madre.

Marqué otra vez; con coraje, aplastando cada pinche digitito que memoricé tres años atrás. Tenía el ceño fruncido y esa famosa opresión pectoral que tanto gusta a los poetas recordar. Tres 18 veintidós catorce. “Ora me contestas cabrona” (le gritaba mi conciencia a la interfecta).

- Ya no le marques güey – dijo Nacho comiendo palomitas desde el sofá.
- Y a ti que chingaos te importa (puto Nacho, gordo de mierda)
- (Chasquido) ¡Guevos!
- ¡Lo que me sobra, pendejo!
- ¡Pu’s qué pedo!
- ¡Pu’s qué pedo tú pinche Nacho! //
- ¿Sí?
- ¿Fernanda?
- ¡Cuélgale a la puta!
- ¡Cállate chingao!.. ¿Fernan…?, ‘pérame, ‘pér… espérame un segundito…. no me cuelgues…
- ¿Raúl?, ¿sabes qué hora es?
- No, no, de verdad, tengo que hablar contigo…
- ¡Saludos putita!
- … (Alzo la mano, detengo cada molécula de aire) … aguanta Nacho, ya… (junto índice y pulgar, entrecierro los ojos).
- ¿Fer?
- No, Lucía
- (¡Hhh!) / ¡Quihubo Luchi, cómo estás!, perdona.
- Yo bien ¿y tú?, ¿bien pedito, verdad?
- No, no, no… cómo crees, mañana… mañana chambeo.
- Ni que eso te quitara las ganas…
- Sí ¿verdad? oye y…
- Buscas a Fer.
- Sí… ¿me la pasas?
- … Ya dale chance…
- Pero de qué… anda, pásamela.
- Se durmió hace ratito, ya apagó la luz de su cuarto.
- Acaba de hablar conmigo hace un minuto.
- Ya te tengo que colgar.
- … (...)
- ¿Raúl?
- Sí, sí… aquí estoy... pues qué te digo…
- Bueno, luego nos llamamos ¿no?
- … Sale Lú.
//
- ¿Qué te dijo güey?
- …Y tú, puto Nacho, la cagas güey…
- Ah ya; ni que fuera para tanto… ya te mandó al queso mi Rulo.
- …
- ¿Quieres palomas?
- A ver…
- Pu’s ya te chingaste, porque ya me las acabé.
- ¡Puto gordo sin fondo!, ¿dónde tienes más?
- En el cajón amarillo de la cocina güey.
- Mh.
- Ponte unas de mantequilla extra ¿no?

...

- ¡¿Ya no sirve el micro o qué pedo?!



III. Soliloquio.

- Esto me va a costar lectores.
- Te lo dije Juan Carlos.
- Bueno, quería... "experimentar".
- ¿Orinando a ex-novias?
- ... No entendiste la metáfora...

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jueves, 10 de julio de 2008

Era mi calma el animal feroz

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Llegué puntual, bien vestido y con vino. Llegué a las 10 de una noche clara. A las diez en punto. Pensé en los cumpleaños: muchos deseos, mucha alegría, mucho de nada. Javier no estaba, había quedado atorado, una vez más, en ese tráfico intenso que aqueja la 3 Poniente. Cerca de las ocho me llamó; sentí pena pues alguna traviesa puso un tono estúpido en mi celular; uno de Elmo pidiendo con chillona voz que no le den por el culo. ¡Por el culo, no! aúlla, gime, ¡por el culo, no! Y yo sentí pena cuando sonó ese timbrazo. Javier me preguntó lo de la fiesta de Laura. No, no es mañana, le dije; no es mañana, es ahora, de hecho nos citó a las diez. Me contestó molesto que no llegaría temprano, que a quién se le ocurría festejarse en martes. A Laura, a Laura se le ocurría. Es, de hecho, muy ocurrente: hace dos años, durante la ceremonia de graduación, le dijo a Garrido que lo amaba, ¡a Garrido! que es torpe y gordo y tiene granos y cincuenta años. Pues a él. Y nada, un profesor se jaló al bodoque y lo amenazó de hablar con el rector si se metía con Laura. Nunca supimos.

No había cambiado en nada. Su casa estaba igual, su falda azul igual, su lunar de diva igual. La misma Laura que dejé en Zacatecas hace dos años. Por su manía de gritar, me gritó; le daba gusto verme, se le notaba en los anteojos. Me quitó la botella de Aromo y me jaló a la cocina. ¿Que andas con Javier?, me dijo. Y cómo es que lo piensas Laura, ¡por Dios!, pero si somos amigos, somos casi hermanos, no… no y él es straight. ¿Me lo juras? Sí, sí… un… total y…desmedido… macho de… cuarta. Y aunque no, yo no podría, es… demasiado celoso. Luego dije calmando a sus hormonas: yo creo que tú le gustas, todo lo que viene de ti se lo toma muy a pecho. Cómo crees Juan Carlos, soltó la risa. Sí, hace rato me llamó enojado por tu decisión de celebrar tu cumple en martes. ¿De verdad? / Laura… por qué tendría que mentirte linda. Luego le arrebaté la botella: dónde tienes el sacacorchos…

A las tres me despedí de algunos invitados; tiene Laura mucho amigo desempleado. Le di dos besos y bajé las escaleras pensando en Javier. Nunca llegó, le hablamos cuatro o cinco veces y no contestó, sólo supimos de un mensaje que envió felicitándola y “tengo mucho trabajo, estoy cansado, paso a verte mañana por la tarde”. Habría sido cierto, sólo que al llegar a casa y abrir la puerta me percaté de su presencia en la sala. Se había quedado dormido en el sofá y con el ruido que hice se debió despertar. Estaba aletargado y le serví un vaso con agua. Quería mudarse, me dijo. Ir a lo seguro. Allá tú Javier, yo me voy a dormir.



Pintura de Chidi Okoye (Royal Passage 1)

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martes, 8 de julio de 2008

Encanto de Finísimas Reacciones

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Toqué los pastos celestes. Sostuve un mapa de Ursa Minor y la Casiopea. Me enredé un momento en las figuras y las ubiqué en mi cielo. Atiné con escribirles un poema para después romperlo. Son cosas que hace la gente: separarse del presente, quemar al pasado, maldecir lo que viene. Son las rutinas de la gente; la que vive y come, la que siente de repente.

También cené con Astrid y le conté lo que haría con las estrellas. Aburrida, se obstinó en decir que todo le parecía una enorme pérdida de tiempo y energía (que aunque no lo mismo, de la misma madre). Discutimos a medio foie gras pirata; yo me desilusioné por su parca respuesta y ella decidió mejor, no hablarme más. Luego le regresó el habla, me llamó: me gritó a susurros que era un digno hijito de la tierra y yo le colgué; me sentí mal por colgarle, no hay que dejar hablando solas a las Astrides, ni a las estrellas, ni a los humildes. Pero son cosas que hace la gente: tomarse de la mano ante los miedos, golpearse las espaldas por recelo, cambiar de tono, ponerse a dieta. Son los escapes de la gente; la que odia y ama, la que sin pensarlo, mata.

Ya me había escurrido del trabajo, ya era tarde y me fui sin despedirme. No me gusta despedirme, es (cómo diré) inhumano decirle adiós a Sofía; se la pasa todo el día llorándole a su esposo preso y contestándole a voces de cobre que le reclaman y piden dinero. Vida poco sana, y uno que no se despide. No más despedidas a Sofía, no más hasta prontos ni “nos vemos”. Puro y diestro arte de la evasión. Es lo de hoy, lo que conmueve a la gente, lo que la mueve y remueve, lo que hace llover a Sofía, lo que ya no pide la mente, lo que acaba por volverla demente. Son las verdades a golpes que dicta la gente; la que nos da los buenos días, la que nos sirve el café por las mañanas, la que nos ayuda a levantarnos, la que a veces muestra los dientes.

A las tres con quince, tres o tres y media, me fui a la ingesta de bondades. Entré por la puertita de atrás a la fonda de la señora Guadalupe. Me metí a la cocina, casi estorbando la saludé con beso, ella me sonrió ofreciéndome una tortilla con sal gruesa. Me la comí y cerré los ojos durante el primer bocado. Jugué a los Hot Wheels con Nachito, me ganó otra vez en las canicas. No había limón para el consomé, así me lo tomé. Cuando llueve (y aquí lo hace todo el tiempo) controlarme la barriga con caldos es, casi, una práctica científica. Le pedí café del que ella toma, el de olla, el que endulza con piloncillo y canela. Miré las volutas de humo que de la tacita de barro emergían, “le platiqué al café”, me lo bebí de cuatro tragos, como dicen los cubanos que es deber, haciendo el buche. Son las manías de la gente: vidriar los ojos ante lo puro, dejarse perder al pique, martajar la carne, abrazar al extraño, saludar con el brazo cuando las manos tienen cal y maíz. Es la tragedia de la gente; la que altera el orden social, la que se une al barzón, la que, por hora, se pregunta si sus huellas son en vano.

Desperté cuando Astrid me dio dos besos en los ojos. Amaneció bonito, me dijo. Amaneció bonito, constaté. Juntos nos preparamos un manjar de peras, tunas, naranjas, ciruelas y zarzamoras. Comimos del mismo tenedor mientras, alegre, me platicaba un sueño. Me reí mucho, no suelo reírme tanto en las mañanas. Pero ella tiene una gracia tremenda para contar historias. Me gusta que me vea reír y eso le propicie más risa. Me gusta que juegue a pegarme cuando la molesto. Me encanta que se recline sobre su silla y a carcajadas se sofoque. Es la memoria de la gente; crearse arrugas, portar ropas ligeras, sacudir de los muebles todo el polvo, contemplar los cielos despejados. Son arrullos para la gente; la que estira y afloja, la que se enjuta y caprichosa, camina; la que hace favores, la que siembra y cosecha.



< Roger Waters. It's a miracle >

Foto de Danny Davis.

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lunes, 7 de julio de 2008

Casi las Siete

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Me quedo con el cambio. Esta vez no doy propinas.

Antes de partir, recorro mentalmente la cuenta y me fijo en un detalle: no han cobrado la última taza. Llamo a la señorita que a mi servicio estuvo por 20 minutos. Le pido, con atención, que rectifique, que no se apure, que yo la espero, que afuera no hay buen tiempo. Pronto vuelve Jimena: así está bien, me dice, es un regalito de la dueña. Alzo la mirada por entre el humo que rodea mi mesa. Agradezco el gesto; debo suponer que vengo mucho… o nomás creer en la bondad del prójimo. Dejo propina, siempre sí. Hoy no quiero discusiones. Me despido de Jimena con una circunspecta sonrisa.

Empieza (¡otra puta vez!) a llover. No es un aguacero, no caen redondas las gotas ni se estrellan de coraje en los parabrisas. Sólo simulan un baile siniestro, estático en aire y neblina; prudente llovizna que se impregna sobre mis manos desnudas. La contemplo un rato desde adentro, préndome un "alas con filtro", antes lo huelo, lo observo extrañado por su tamaño diminuto, luego lo enciendo, le doy dos caladitas y me las guardo dentro unos segundos. Expulso el humo, paladeo, me visto la gorra, la encasqueto a mi redonda cabeza, rasco mi nuca.

Salgo del café. Camino deprisa, cabizbajo cruzo la calle y me adentro a un pasaje con libros viejos y enciclopedias de los 80. Reviso una colección de Quino y Mafalda: Toda Mafalda, muy cara, desmedida en precio; el que atiende el puesto me ojea receloso, le devuelvo el gesto, dejo el libro donde estaba, sigo mi rumbo. Mientras avanzo me quedo cavilando: Tusquets es una editorial cara, no debiera ser tan cara, sería bueno que uno tuviera acceso a ese tipo de caprichos de cuando en cuando, podrían publicar más “Sepan Cuántos” de obra contemporánea, darle una oportunidad a otros delirios; quitar un ratito lo de Homero y Sófocles y Alighieri para imprimir harto de Irving o Joyce o Dick… Llego al final de ese pasadizo estorboso y volteo para ver mejor, esta vez con mala cara - producto de mis rencores recogidos - al de Mafalda (que ya le vende a una señora el famoso manual de la Antaki). Alzo mis hombros.

Algo en el ojo me molesta: un pedacito de madera o una espora que gustó de mis legañas. Me detengo para arreglar el desperfecto. Primero abro bien los ojos y fijo la vista en algún punto neutral de este suelo de cemento. No pasa mucho. Los cierro entonces, trato de propiciarme una lágrima que barra ese bicho que ocupa mis espacios. No sale. Pienso en mis gotas y en lo útiles que son en estas circunstancias. Comprar unas ahora, en la farmacia de enfrente, me resulta en exceso antojadizo. Un gasto innecesario. Un lujo momentáneo que no garantiza mi rápido alivio.

Decido retomar la caminata; mi auto está a cinco cuadras y la lluvia arrecia. Encuentro una antigua tabaquería. Llama mi atención el olor de la vainilla con la que aromatizan una mezcla rara para pipas. Entro al sitio, arriba de la puerta cuelga desinteresada una campanita de cobre que me provoca un cálido gesto de sensaciones hogareñas. Un tipo que se acerca a los 70 llega a mi vera y solícito pregunta por algún ofrecimiento. De hecho sí (recuerdo en ese instante), ando buscando cargadores para pipa. Me muestra tres distintos, uno de oro, que no humedece el tabaco, otro de latón, para pipas de rotación y un tercero de uso diario. Le compro ése. Antes de irme le pido que me vuelva a enseñar el de oro. Noto que tiene un rastrillo para limpiar la cazoleta de las de porcelana. Inquiero: esto sólo es con las de porcelana, ¿verdad?. El que te llevas tiene uno parecido pero de curva. Lo saco de su empaque, me hace ver la diferencia. Agradezco la ayuda. Me despido con apretón de mano. Me da las buenas tardes. Se queda guardando los cargadores. Al abrir la puerta suena la campanilla, me estremezco brevemente, quedo a la intemperie y corro para guarecerme del agua fría que ya se avienta desde el cielo a todo transeúnte.

Sacudo el agua de mis mangas. De mi gorra escurren gotas heladas que me golpean la nariz, otras se me cuelan a las mejillas. Miro el reloj de la Catedral y me percato de que es tarde. Tengo una cita en diez minutos. Voy a conocer un nuevo lugar de descanso, pero antes debo pasar por la chica que lo habita. Prosigo mi marcha; no importa cuánto me moje, seguro que Jimena ya tiene toallas en el departamento.



< Wim Mertens. Struggle for pleasure >

lunes, 30 de junio de 2008

Una Cara, una Cruz, un Despertar

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Hay algo de rigor en mis sentidos: un soñar inquieto de iones y cuchillos; cuchillos que rasgan el aire, que piden favores a punta de golpes. Hay cierto vacío que increpa a mis sentidos. Una moneda sin caras ni cruces, un desafío al destino, una maraña incompleta de “quizás”.

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Vuelve la carga al débil, come sin prisa de su carne; anda en vigilia, peca, sonríe. Vuelve la carga al tonto, lame sus heridas, tienta la sangre, abre la piel y la mucosa (se enamora de otro, juega al doctor con otro, me hace daño ante otros).

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Tócame por despecho, miéntete. Sacude las gotas que pesan en tu conciencia. Suéltame algún piropo desalmado, dame tu paz, tus iras, tus momentos. Redime así tu culpa, abrázame y llora, con verdad, con rencor y con malicia. Quítate de encima mío; pesas una cruz, muchos pasados. Vístete deprisa que amanece, lame mis dedos, borra tus huellas. Cierra la puerta, dale de comer a Twinky, deja las llaves bajo el tapete, tómate un café con mi morralla, pídelo fuerte, doble espresso, caña grande, sin azúcar.

Sal a la calle y respira lo limpio, vuelve al trabajo, arregla tu sitio: quema los papeles donde mi nombre salga, quítale mi firma a tus recuerdos, borra de tus meses mis desdichas, mira y relee mis cartas, dales digna sepultura, márcales un beso, una lisonja.

Entiende de una vez que hoy hay algo de rigor en mis sentidos: un vestido que permea mi sufrimiento, una cara sin rostro, dos detalles, unas ganas inmensas de olvidarte. Un empate sin dicha. El número de tu amante.

...

Yo también, hoy te digo, me voy a la calle. Ya levantó la neblina y mi rutina es el cambio. Hay zapatos mojados en las banquetas y paraguas que hieren a la gente en cada punta y con cada gota. Se me antojó tu café y me lo voy a pedir bien dulce; quizá miss attendant con su blusita blanca, por fin responda a mis guiños. Tal vez la invite al cine o al "chino" donde conocí tus bisquets y de ahí nos vayamos juntos, salpicados por autos, bien lejos de esa banca donde tantas tardes te esperé.



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martes, 10 de junio de 2008

Ícaro y Caronte

> Una miniatura para los gigantes



Esto termina así: con una cabalgata tarde abajo luego de una exhaustiva jornada recogiendo setas silvestres para el consomé del bautizo y viendo qué rápido crecen los becerros del rancho de los Méndez. Al llegar a los terruños hay café en la olla de peltre y los troncos ya truenan, hinchados de fuego y viento…



La bruma campesina desciende desde el ingenio. A nuestras espaldas se ciernen los rayos rezagados de Ícaro y Caronte; roza la tenebra al horizonte y nuestras palmas se juntan con mágicos insumos de belleza, percatadas del milagro que nos significa la buena cosecha.

Tenemos tres perros irrisorios y veintisiete gallinas que nos alivian la tormenta. Hay mazorcas y un huerto pleno de lechugas verdes. Hay jarrones de barro y aguanieve de encino. Ella vende en Doble Río esencias de aguacate, curas de lima y mandarina que le trae su hermana de monte arriba y envueltos esbeltos de polluela blanca para males de amor, úlcera o engaño. Yo consigo atizar la lumbre de las quemas y generarle sana tala al del ingenio de Asunción; me paga a catorce la viruta y a treinta y dos las horas extra, me ofrece cobijo en la galera cuando toca vela para envíos y hasta permiso de tirar con la escopeta a los coyotes si se internan.

Y cómo me gustan mis manos hollinadas. Y cómo me mata cuando Magali se pone colorada y el humo hace que le lloren las pestañas. Doy fe de gusto, de vivo y de progresista.



< William Ackerman. Bricklayer's beautiful daughter >

- Nota al margen: la canción de entrada al post está mal referenciada. En realidad se trata de "Dolphins", compuesta e interpretada por Mike Marshall (guitarra y mandolina) y Darol Anger (violín); dúo que luego se daría a conocer como Montreux. -

miércoles, 7 de mayo de 2008

Futuro Perfecto Simple del Verbo Olvidar

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Él sabrá enunciarte mejor; dirá cualquier divinidad por humedecerte el cuerpo un poco, platicará sobre sus viajes al sur del sur, te contará con deleite cuánto sufrió la muerte de su madre, rebozará en ti la mejor alegría y soñarás de nueva cuenta en policromos gestos pincelados con cabellos de ángel. Y no te mentirá; no sabrá tus facetas de niña naive o astuta.

Con él arrasarás los bailes y tocarás la guitarra en las tardes con lluvia. Habrá parroquianos que desmayen de celos con sólo espiar sus charlas. Cada dos meses, como para borrarme de tu agenda, llamarás a casa y dejarás recados: fríos rastros de habernos amargado la existencia alguna vez. Quizá en una de esas te conteste el gesto y subraye que todo marcha bien, pese a tu ausencia. Quizá me fume un cigarro, asomado al viento, y los ojos se me enjuguen cuando se atraviese, impertinente, una canción de cuna que cantabas sonriéndome ligera (con tu rubor de pecas y los párpados hundidos).

A tu nuevo amante lo traerás más listo; su trabajo irá mejor cuando a media mañana lo cites en el café de chinos y se pidan un bisquet para los dos: será su religión y les sabrá a miel fresca, misma que él atentamente limpiará de tus labios con un beso. Habrá peleas que los harán más fuertes, él discutirá sus costumbres y tú defenderás las tuyas. A nadie le dirán cuánto se aman: rompería el encanto convirtiéndolo en un frívolo acto sin espinas.

Un día abrirás un sobre sellado en Lisboa, dentro reposará una carta donde te enteres de las falúas que tanto extrañas, una carta que te invite a visitar el barrio de La Alfama mediante fotos anexadas. Nostálgica buscarás con desespero un cassette de Madredeus y vacilarás en ponerlo. Finalmente sucumbirás al abismo de la derrota y ahí, sentada en la misma mecedora donde te gusta cortarte las uñas recordarás tu infancia, te prenderás un cigarro y asomándote al viento se te enjugarán también los ojos.

Pero la noche transcurre y el pájaro que contra tu ventana se golpea dormirá protegido en el cedro aquel que sembraste cuando niña. Él llegará de su oficina mostrándote con cierto desaire los planos aprobados para la reconstrucción del edificio de Orlay, el que te gusta con su fachada así de vetusta y problemática. Hablarán de arquitectura y discutirás empedernida, sirviéndote otro anís, sobre "la belleza del maldito minimalismo" que reduce toda avenida a vil trabajo en serie. Con toda certeza él se reirá bromeando sobre tus disparates, habrá un silencio (de los que preceden al aplauso), aún con su sonrisa intacta te mirará a los ojos con amor del que sonroja, besará tu frente, tomará de tu copa, ¡pero qué fuerte lo que bebes! Y tú muy cómplice le arrastrarás con el dedo una gota de Chinchón que resbaló de su boca para llevártela a la tuya. Tú tan coqueta y enamorada.

Esa noche harán el amor y pactarán su eternidad, dejarás que te acaricie la espalda mientras miras tu cedro por la ventana. Todo será más fácil así, sin deberes ni orgullos ni estafas ni odios ni peleas. Teresa Salgueiro sonará desde la sala y su voz marina abrazará los muebles; dejaste la música corriendo, la luz encendida y la copa de anís sobre mi carta. Cerrarás por fin los ojos y el batir de alas de cientos de cigarras arrullará tu sueño para siempre.



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miércoles, 9 de abril de 2008

El Nacimiento de Venus

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Es el puente lo que cae, no la gente.
Si cae la gente, el puente sale sobrando.

Así, por ejemplo, me llegó el sueño. Levitaba descalzo y escuchaba musiquita de Clayderman, ionizada en el aire, metida en los pulmones de lo invisible. Vi, a lo lejos y fuera de foco, la silueta amarillenta de una mujer con pecas, castaña de cabello, con reminiscencias innegables a la Venus de Boticelli. Claro, quizá sus manos no fuesen tan finas ni sus senos tan erguidos ni sus labios tan brillantes pero el sueño exagera; el sueño, sin necesidad de hablar, se vuelve digna representación de la mitomanía.

Reparé la mirada, la joven de 18 bailaba sonriente estropeando un campo de amapolas. Debe haber sido la noche intensa con Daniela intensa donde nos encharcamos en pláticas sobre pintores impresionistas. Y salió Monet y nos dimos dos besos chiquitos; me contó que la aturdía un pasaje onírico recurrente en el que sobrevolaba campos pletóricos de girasoles y donde había también, ajena a toda lógica espacial, una cascada cuya líquida caída semejaba caballos (con sus jinetes) en decidido ataque al agresor…

Es de pensar que Daniela atravesaba por guerras internas y los girasoles podrían ser fácilmente relacionados con aquella ansiada paz o felicidad, algo así. Pues no, en vez de ello, mi linda compañera pelirroja, ubicaba al torrente como el deseo expuesto de ser regada con semen de apuestos caballeros de la mesa redonda.

Digna representación de la mitomanía, perdón por la insistencia.

...

¡Y por qué bailaba sonriente Jimena sobre un campo de girasoles con música de Di Blassio!, era de locos: nunca he creído en la posibilidad de soñar con música de fondo. Tal vez duerme el cerebro y no el sentido, tal vez muere el oído en vez del iris. Ni Jimena se llama la Venus ni Daniela es castaña. ¿En qué momento se metió la Venus?, ¿dónde está su concha, dónde su primavera?.

Es probable que al ser incapaz de verme (cual gran angular de mantis religiosa cuya vista, opinan los científicos, es capaz de la reflexión óptica) dudara de mi propia existencia y saliera del sueño recordando la conversación que con Boticelli tuve sobre pintores renacentistas. Aunque…

La plática sobre pintores fue con una chica de 18 abriles; ingeniosa, guapa, muy pasional a mi gusto y con un padre celoso, ególatra y obsesionado con el sonido de los pianos Steinway -& Sons-, un papá músico cuya única cercanía con el amor es el sentir que le tiene a sus manos. Cuando le conocí, porque pensé que ya era tiempo y…en fin, el estaba en su estudio con las manos metidas en agua caliente con sal; vaya tipo, apenas hablamos: ese ritual tan suyo era casi mítico en casa. Mientras tanto, su esposa, una mujer joven bastante linda y con el cabello corto…

¡Ah, su esposa!, leía con delicado interés una nota sobre herbolaria; en su cara, apenas marcada por minúsculas pecas avivadas con el sol de la tarde, había luz y fuego y llanto encapsulado. Yo me presenté como gran amigo de su hija y, muy atenta al verme, me propinó enseguida un té de tomillo (yo estaba enfermo en realidad, mermado de ideas, acatarrado, con la nariz hinchada y roja), su esposo, luego del ritual de las manitas llegó pidiendo un paño húmedo con perfume y... ¡es cierto!, ahí estaba.

Por supuesto.

Sí.

La pintura del nacimiento de Venus, obra y gracia de Sandro Boticelli (con un carajo) colgaba ENORME en la pared del comedor.

Ahora es todo más claro.

La "niña" de las amapolas debe ser Daniela, que al interesarse en mi catarro fue reducida a un mísero esquema de mujer perfecta: pocas pecas, castaña, senos erguidos. Y Yanni, al menos su música, no puede ser otra cosa que la viva y barata presencia del esposo pianista. ¿Mi amiga?, de seguro representada por las amapolas, estropeadas, como en un principio aseguré, por su madre enamorada del yerno.

Dios.

Debe haber mitología escrita al respecto. Griega o Romana... Boticelli es italiano, puede ser romana entonces; mi hoy concubina tuvo un bisabuelo italiano que tocaba el piano, un día me enseñó una foto y él era parecido a un autorretrato de Sandro, no pudo haber sido Sandro; Sandro es de 1000 y pico, fue...

-----------------------------<...bueno.

No sé.

M e d i c e n n a d a l o s s u e ñ o s.

Creo (más bien) en los puentes temporales hechos por la gente: esos vibran, se caen, se oxidan en los anaqueles rotos de la memoria. No la gente, nunca la gente.
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