miércoles, 21 de enero de 2015

Axioma





Cuatro meses de abundante desapego. 

A través de caminarlos: nueces del invierno, soles tristes rodeados de ese cierzo, nubes y la calma de la memoria, plumas fuente desgastadas, breves sueños con la garganta sana, muchos caminos de tierra, siete suelas maltratadas, espejos rotos que adelgazan, dientes que ya no sonríen, piernas que nunca responden, voz de fuego y rabia, aguas termales por las que tenue resbala el olvido. Cuatro meses de punto y seguido.

En el fulgor de las obsesiones sociales, y bajo la tutela del quehacer cotidiano, me he ido volteando a otro tipo de espesuras, de pasiones y conductas que antes desconocía; al menos bebo menos alcoholes y pierdo el tiempo en graciosas formas: juego mucho con lápices de colores, circulo lento en calles desoladas, me imagino todo el tiempo las mismas recetas para ser feliz y en noches nuevas de guitarra me reinvento como el eterno aprendiz sin mucho más decoro que las eternas posibilidades de seguir equivocándome.

Cargo a cuestas anteojos y paraguas y vuelvo al misterio inicial de esta bitácora suspendida en el tiempo. Diez años mirando atrás, un hombre a pie arrastrando las manecillas de amigos y familia, amores y piedras, sexo y mentiras, libros, discos, cine, descuidos, pinturas, álgebra y desconsuelo, fotos y manantiales, ciruelas, viajes, estrellas y decorados. Mejor no me sigo inquietando.

Detrás de las ventanas parece que sigue la vida sin importarle si voy deprisa o me detengo. Así debe ser la matemática que ordena al mundo: desenfrenada, me imagino. Desenfrenada, sin sutileza, menoscabando, encumbrando, tirando dados, reina del sinsentido, fatamorgana en carreteras abandonadas, oasis para aquellos con cantimplora.

El punto no es la vida, sería tremendo y pretencioso; ni es el tiempo ni el pasatiempo ni las veredas ni la distancia. El punto (compañera, amigo, vidamía, halo lunar, madre, campo, viento, padre, ombligo) es el marasmo de todo recomienzo.

Transcurren ligeras las horas sobre la montaña, y lejos entretengo el lente y la sombra a favor de estar perdido. Perdido así puedo volver sobre mis huellas sin asustarme o asustar. Desbrujulado y angustioso, cantarín de sermones y escapista de las epístolas con moraleja, voy desdibujándome sobre mis propios andares. Hasta que ya no quede nada. Hasta que ya no sobre nada. Hasta que al filo de tirar la toalla y entregarme a otras fruiciones un ignoto grito me recuerde las valías fundamentales que me habitan. Soy yo en la cima y no en la cueva, yo como el ojo triangular que llevo adentro, yo detrás de mis yerros inconclusos.

Prefiero silbar, trazar a machete mis bordes y darme entero al trinar piadoso de amores nuevos en tiempos sibilinos. Por qué vociferarle al mundo entero mis virtudes y rencores, por qué arrancarme la piel si es impasible el segundero. Prefiero silbar.

Sólo hay algo incuestionable:


La milpa es foto de (el) peatón

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