viernes, 14 de octubre de 2011

El brujo de los teclados

< (y la New Blood Orchestra)



Play & read!



Calzada abajo: la casa materna, el sol dorando las piedras, el Pico de Orizaba con su glaciar impenetrable. Subido en cuatro ruedas, conduciendo despacio (como quien no pretende alcanzar al destino), escuchaba con profundo gozo y atento, la revisión orquestal que Peter Gabriel hizo a sus poderosos hits, allá en el 2011, cuando dotar de nueva sangre a viejos temas era la ocurrencia que todo músico de la tercera edad tomaba como bandera. Y lo hizo bien el inglés; quiero decir: dar matices de clásica ligera a pop alternativo hecho por calvos progresivos y brillantes, no me parece una misión sencilla.

En ello pensaba, calzada abajo, y en un café que me esperaba paciente en la cocina, y en la rica sobremesa que días atrás, en octubre de aquel año de cambios, pleno en sonrientes compañías, sostuve alrededor de semántica y semiótica, el cómplex y la circunstancia, la presuposición y los giros subjetivos, las mafias de China, los ahogados en Bolivia, los escuadrones de la muerte en las favelas del Brasil y las távolas correccionales durante las duras épocas revolucionarias que atravesara México a inicios del siglo XX.

Así, más o menos así, me entretuve esas dos cuadras; atrás mío, o encima, alrededor del halo poderoso que emanaba de mi cuerpo esa mañana otoñal, sonaba dictatorial Red Rain con su proclama a cuestas a favor de los mejores tiempos venideros. Y yo me sentía imbatible, amo todoterreno de sus llantas y husos horarios, guerrero anti-gusanos en la tierra más fértil que a diario me comparte la patria y la huerta donde inician y acaban todos mis manifiestos (cada ensueño fugaz que habita mi persona; en fin).

Al llegar a casa, bajé del auto dejando la puerta abierta y abrí el portón de madera que ha recibido a tantos, tantísimos fantasmas venidos de otros meridianos. Supe de inmediato que el brujo de los teclados, amigo por circunstancia geográfica y antiguo vecino de la calle Abasolo, tendría boda esa noche, o al menos se le veía inquieto dirigiendo chalanes de carga: ¡Pendejo; mete primero el bajo!, le gritaba a rafita que ya se había “trepado” al Torton en el que el brujo usualmente se desplazaba a pueblos cercanos con sus cumbias y otros ritmos tropicales para dar alivio a cualquier recién matrimoniado. Así era el brujo, le decían toño sin llamarse Antonio; era el toño, nuestro brujo de los teclados, particular insurgente de la música guapachosa en el beloved Xico, Veracruz.

Y el toño, hijo de un magistral herrero que en el otoño de su vida se dedicó a la curación de huesos “chispados”, era música en estado desnudo, más allá de cualquier entendido intelectual que proclamen los fanáticos de George Steiner. “Antonio” aprendió a golpear Yamahas ya entrados los místicos ochenta y decidió, como uno escoge cualquier pescado en un menú, que aquello era lo suyo; músico autodidacta (cual Paquito de Lucía), mago emprendedor que al cabo de unos pocos años se hizo manager, líder y vocalista de “La Brujería Tropical de México”, un combo poderoso con dos trompetas, baterista, tres coristas amistosas, dos teclados, y un saxofón soprano; todos entallados en camisas rojo vivo y pantalones blancos; toño usaba paliacate para ocultar su poco pelo.

Así estuvo, embrujado, por más de treinta años. Firmaron una placa durante esas tres décadas, que él mismo grabó, mezcló y distribuyó. De una copia me hice acreedor durante una tarde de fiesta mexicana; por puro protocolo le pedí su autógrafo y el muy cabrón me lo negó argumentando que el día que fuera a escucharlos y a taconear gustoso su, por demás, enérgico éxito “El patito (se sume y se moja, se vuelve a sumir)”, con todas las de la ley imprimiría su firma en el estaño. Nunca fui, sería el azar o mi poca paciencia en los bailes populares.

Vuelvo al caso: toño gritándole a rafita que subiera primero el bajo (el muy pendejo), yo pensando en Umberto Eco, Peter Gabriel ensimismado con su versión orquestal de Red Rain, el sol quemando las piedras, el Pico de Orizaba y su eterno glaciar incorruptible, etcétera; toño parando de tajo la operación Torton ante el asombro de rafita que, sudando, trataba de subir un timbal gigante al monstruo aquel de ocho llantas.

Quiovo Juan Carlos; me atinó casi en la nuca / ¡Quiubo toño!, qué; cóm’tás, ¿ya estuvo? / Ahí vamos, jalo pa’ Cosautlán a un bautizo / Ah / … / … / … / Está de la chingada la carretera ¿no? / ¡Vaya! / Sí, está cabrón / … / … / … (yo notaba que toño paraba la oreja y se acercaba a la bocina incrustada en la puerta de esa Tracker gris 4 X 4, 2003, Chevrolet en su estado más fiero, carrazo; en fin) / … / ¿qué orquesta es? / Es la New Bl… una de Londres, toño / La de Londres, mjm / ¿está chingón, no? / déjame oir, déjame oir / … / … / … / … / ¡a toda madre! / otro pedo mi toño, ¡tú sí sabes!; sonreí complaciente / es que como soy músico, pu's uno aprende, aunque no quiera, a analizar lo que escucha ¿verdá? / sí; qué chingón mi toño (era importante el “mi”; en aquel entonces proveía un sentido de comunidad y camaradería que a todo mundo gustaba) / ¡grábamelo!, te paso un disco ‘orita / claro, claro, ‘orita me tocas y yo te lo quemo / ¡a güevo!; alzó a medias sus puños cerrados en señal de infantil victoria / ‘ora toño, así quedamos / ‘ora Juan Carlos, gracias.

Jamás tocó a mi puerta el brujo de los teclados; cuando de pronto me lo cruzaba por las calles del pueblo, me saludaba escueto, cabizbajo; dos años después dejó de tocar, de componer, vendió su camión, liquidó a rafita y a sus músicos.

Anoche, más viejos los dos, lo encontré sentado y perfumado en la fila k de un teatro desvencijado minutos antes de que diera inicio la temporada de la Orquesta Sinfónica de Xalapa. Chingón, Juan Carlos; me susurró despacio / ¡A toda madre mi toño!; le grité ante el asombro de otros finos parroquianos.

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New Blood es el título del nuevo álbum de Peter Gabriel, donde, efectivamente, revisa a través de la New Blood Orchestra, sus éxitos más significativos. Sir Peter, arropado por estos brillantes músicos, se presentará el próximo miércoles 23 de noviembre en el Auditorio Nacional, en la Ciudad de México.

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sábado, 8 de octubre de 2011

Ctrl E + Supr

< El viento a favor del texto



a)

Nombré: luz, como quien cita “jardín”; aparecieron gigantes flores policromas llenas de fosforescencia. Dije: menos (menos luz), como el jardinero que los domingos corta el césped queriendo menos pasto; se apagaron los focos de la estancia. Quise: fuego, como las hogueras blancas que prendía en el monte sobre inviernos de la infancia; alguien me dibujó malvaviscos asados. Anoté: verdor, entre garabatos de edificios incendiados que torpemente esbocé durante una larga llamada telefónica, de esas incendiarias; miré el bosque encantado de mi postal favorita pensando: ¡cuánta leña! De seguir así, mañana vendré a escribir, misma hora, mismos desdoblamientos, y me dejará plantado el Word.

b)

Espero que llegue la señal de internet; como en los viejos tiempos. Pienso que en los viejos tiempos perdía menos el tiempo. Al menos, escribía a mano y volaba papalotes por las tardes de septiembre. Hoy me siento a esperar señales perdidas, como en los viejos tiempos extraterrestres, pero sin cometas.

c)

Como si tuviera mucho que decir; escribo como si mañana, de improviso, me diera un calambre en los dedos que no me permitiera hacerlo más. Y es quizá esa confianza tímida que me rodea (egolatría del león) la que mueve mis ansias a terrenos del febril teclado que casi maúlla mientras (inexperto) aprieto sus qwerty / ñlkjh.

Entonces acuden volando guacamayas y cotorras que estremecen los cielos grises. Es cuestión de locos, o de niños que jugaron gran parte de su infancia solos. Sólo así puedo hacerme de amigos imaginarios, como aquel que encarnara Gérard Depardieu en una tonta película con Whoopy Goldberg.

Sólo así lleno espacios, despuntando nombres y apellidos. Sólo así siento más gracia y gusto al borrar todo en un segundo, Ctrl E + Supr: dinamitado el texto y dinamitado yo. Pero esta vez no lo haré, esperaré diez años; quizá estos erróneos intentos de escribir cobren fortuna con el añejamiento.

d)

Conservo cada hoja arrugada de papel en un canasto secreto...

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Play it fuckin' loud!



No fue es una acuarela de Rono Palermo

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viernes, 7 de octubre de 2011

Los días intactos

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El otoño, con sus promesas de cambio, de deshoje y renovado follaje, nos pone a todos a transitar la vereda de la cordura a plazos; descarada introspección puebla las almas inquietas, y el reino de lo desconocido (a través de la bruma que impregna las calles de ciudades remotas) nos muestra su otra cara salvaje. / Y el tiempo, un inquilino merodeador en los pasados, nos restriega las arrugas en los espejos de los árboles que duermen / Y el mar, sandunguero e inamovible en visiones, dicta ritmos ancestrales.

Quizá por ello, Manolo García siempre publica nuevos materiales en otoño, nuevos sortilegios, desenfreno a granel para pies cansados. Y eso nos obliga a dar la vuelta y el ancho, a mirar renovados los pasos de baile de nuestros antepasados. Manolo impregna los mercados y las calles y los vientos de ocres y de verdes, de fin del verano, de giros teatrales. Es, en cierta medida nostálgica, el último de la fila, que siempre será el primero.



Los días intactos saldrá a la venta el 25 de octubre; habrá fiesta con hogueras blancas; "carbón y ramas secas".

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La imagen pertenece al video de la versión definitiva de "Un giro teatral", también disponible aquí

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lunes, 3 de octubre de 2011

Cruce de caminos 14/n

< o Cuatro estaciones



Play!



i.







ii.



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Miel o tabaco, ginebra o sal,
áspero limón limpio,
o la última fruta interna
de carne, dentro del jardín cerrado
donde se entra sin renombre
(empresa toda furtiva:
delicia no quiere proclamarse).

Tiembla, me olvida, el dulce
tacto se me escurre impaciente
y una risa, gozo inquieto,
brota profuso y rebrota.
y me echa ramas dentro de la boca:
fresco amargor de laurel,
verde rumor aéreo.

Reír, Gabriel Ferrater

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iii.









iv.



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En Xalapa, Coatepec, Xico y Quiahuixtlan; Veracruz
Entre marzo y septiembre, 2011

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domingo, 2 de octubre de 2011

Matriz del tiempo

< Para Yani, en medio de nuestros volcanes



La tarde sin el sol que usualmente los habita; sus dedos entrelazados; un par de manos tibias (una caliente, la otra fría), sin mucho ensalce de anillos y poca gloria en las uñas; sus dedos entrelazados con el silencio que atestigua las miradas ajenas, las que se posan en los objetos de siempre mientras callan los otros; mientras los hombres otros, las otras mujeres, refrescan sus memorias, cargadas ya de ardor y celos, perdón, prejuicios, “¿te acuerdas?”, “lo siento”. Aquellos dos, entrelazados, con memoria.

La tarde a cuestas para estos dos, sin la sombra tampoco de los otros tiempos, sin el sentido aquél de los lugares comunes, sin el óxido arbóreo que enmohece los recuerdos. Los otros recuerdos, los otros lugares comunes, las otras miradas sobre los nuevos tiempos.

Y el reloj que nunca para, tic tac en la misma pared recién pintada, indicando que es momento de cosechas otoñales, frutos del bosque y conservas en alcohol / recetas distintas, diferentes los cuerpos. Lo que ayer veían como azul añil, hoy les parece prístino eucalipto: el mismo color al otro lado del invierno.

“Poca gloria en las uñas”, vuelven a pensar esos dos; se han vencido de arañar al aire, de golpear fantasmas con los mismos dedos, de mirar al cielo y ver las mismas nubes sacadas del tronco universal de lluvia, la misma lluvia; uñas rotas de tanto temporal uniforme; “qué aburrida la lluvia”, vuelven a pensar esos dos.

Sin embargo, sin dudas y sin pesares, dos les basta a esos dos; dos es diálogo sin teatro, amor que pareciera por momentos agente que aletarga los principios del amor que aletarga los principios del amor eterno; dos sin treses ni cuatros ni pasados. Crecen a partir del dos aquellos dos, y velan su confianza con bálsamos que obtienen de las cortezas que rodean a sus ya sonrientes corazones; vida que vuelve a sangrar despacio, ¡a estar expuesta!, a llenar de nueva savia la matriz del tiempo en el que juntos renacen, se equivocan, se convencen –amalgaman piel, llanto y saliva-.

Un par de manos tibias son las que avanzan sobre el mismo meridiano donde los otros recuerdos mienten. Diez dedos entrelazados pasean los prados que alguna vez fueron lugares comunes. Dos miradas se funden por mitades y observan a los hombres otros, las otras mujeres, que nuevos y bellas, pueblan los ojos que al mismo tiempo miran al mismo sitio. Son un legado esos dos, de lo que vino y partió. Son múltiplos de dos.

Y el reloj no para, tic tac por autómata costumbre... pero la lluvia hoy la sienten tan distinta que de pronto se inundan en ganas de ver los colores por el filtro del verano. ¡Aquellos dos!, siempre buscando pretextos para encontrar arándanos… Miran al Norte, allá está el sol, amaneciendo; se van cantando:



Otoño VII es una fotografía de Triní Reina

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