miércoles, 27 de abril de 2011

Sintigo

< A Tania y al viaje



Play & read



Y sí. Seguiremos.
Si dicen: perdido; yo digo: buscando
Si dicen: no llegas; de puntillas alcanzamos
Y sí. Seguiremos.
Si dicen: caíste; yo digo: me levanto
Si dicen: dormido; es mejor soñando


Daniel Carbonell

///

Creemos que al soñar, perdemos un tercio de nuestra vida, y nos equivocamos. La mayor parte del día, de hecho, la pasamos soñando, igual que los personajes borgianos. Y no me refiero a ser el de enfrente, a poseer un bigote de antología con una barba que cierre, a conducir un Jaguar negro bellísimo o a poder comer sin parar, sin reventar, sin necesidad de culpa. Esos no son sueños, son verdades a medias.
Soñamos, y de ello escribo, con ser felices como aquel día que tanto lo fuimos, que sí fuimos, verdaderamente y por unos instantes: felices. Soñamos con volver a ser radiantes, eternos y juglares de nuestras mejores historias amorosas.
Soñamos compartir, todo el tiempo compartir todo el tiempo: las manos, momentos, los dientes, el viento, manjares, cosechas, tormentas, miradas, esquinas, dos asientos para el cine, rarezas, estorbos, hambre, sueño, guiños, turbulencias, mínimos roces de cabello, cántaros rotos con aguas frescas de Jamaica, tiendas de regalos, rastros de hormigas inquietas antes de aguaceros, envolturas, cartas y restaurantes.
Soñamos compartir porque nos la pasamos muy bien compartiendo; porque al compartir dejamos de ser nosotros para convertirnos en anfitriones extraordinarios. Cedemos. Y al ceder se aprende a vivir sin límites. Sin disfraces.
Comparto aquí: que el tiempo compartido, contigo, viaja más despacio que el que presto a los demás, sin ti. Y comparto entonces que sintigo me vuelvo viejo más pronto, corro más aprisa, como sin mirar el alimento, duermo con una lápida por cama, me baño en tierra, me doblo a veces.
Sucede que me doblo a veces porque (¡qué remedio!) me he acostumbrado a tu olor y a tus destellos, a tu fórmula para equilibrarme el alma, al enredo ceremonial aunque discreto de las obligaciones caseras. Y no hablo de costumbres malsanas o tragedias rutinarias.
Hábitos
sanos
de amor
y gozo.

¿Hay variaciones en los ciclos del capricho, el deseo y el amor?, hay ¿polos opuestos que no se atraen?, ¿lluvias que nos mojan a los dos para unirnos románticamente a la distancia, de noche, refrescando el espíritu?, ¿hay olvido?, ¿mariposas azules en los estómagos de los novios?, ¿memorias de alfiler?
Qué tanto hay de ti sin mí luego de estos años (y viceversa); qué tramo hemos trazado de la ruta incierta de este amor a plazos y sin concesiones / y cómo conseguimos más hilo que teja más cuerdas que tiendan más puentes que acerquen más bocas que besen tan fuerte como las nuestras se besan.
Compartiendo. No veo otra solución a la congoja temporal que hoy nos imponen unos cuantos kilómetros. Y sí: seguiremos compartiendo todo. Ursula, amor mío: todo. Todo en otras circunstancias y bajo otros esquemas. Todo en otras ciudades y con simulacros distintos, con sociedades ajenas a los dos y con la luz de fondo de la misma luna que a la distancia, también, nos vio nacer como pareja.
Comparto aquí, también aquí, para beneplácito de algunos e inquietud de otros: que quiero todas mis muertes chiquitas contigo; que ansío volcarme, ya con pelo blanco, en el recuerdo de lo que aún no nos pasa. Y quiero ver llover, si tú me dejas, a tu lado, desde un cálido porchecito con dos mecedoras de mimbre y nuestros vasos amarillos llenos de agua dulce.
Los ojos inquietos /pispiretos de otros años, quiero volverlos a ver en ti, mi dama de compañía, miel mantequilla en los cafés del tiempo.
Y aullar, corazón, aullar contigo bien fuerte sobre frágiles tejados, como los enamorados de “Las memorias de Antonia”, cómplices y locos teatrales.
Y correr, corazón, correr contigo en los campos de amapolas con los que sueñas la mayor parte del día.

///



///

Fotografía: José María González

>