lunes, 30 de junio de 2008

Una Cara, una Cruz, un Despertar

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Hay algo de rigor en mis sentidos: un soñar inquieto de iones y cuchillos; cuchillos que rasgan el aire, que piden favores a punta de golpes. Hay cierto vacío que increpa a mis sentidos. Una moneda sin caras ni cruces, un desafío al destino, una maraña incompleta de “quizás”.

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Vuelve la carga al débil, come sin prisa de su carne; anda en vigilia, peca, sonríe. Vuelve la carga al tonto, lame sus heridas, tienta la sangre, abre la piel y la mucosa (se enamora de otro, juega al doctor con otro, me hace daño ante otros).

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Tócame por despecho, miéntete. Sacude las gotas que pesan en tu conciencia. Suéltame algún piropo desalmado, dame tu paz, tus iras, tus momentos. Redime así tu culpa, abrázame y llora, con verdad, con rencor y con malicia. Quítate de encima mío; pesas una cruz, muchos pasados. Vístete deprisa que amanece, lame mis dedos, borra tus huellas. Cierra la puerta, dale de comer a Twinky, deja las llaves bajo el tapete, tómate un café con mi morralla, pídelo fuerte, doble espresso, caña grande, sin azúcar.

Sal a la calle y respira lo limpio, vuelve al trabajo, arregla tu sitio: quema los papeles donde mi nombre salga, quítale mi firma a tus recuerdos, borra de tus meses mis desdichas, mira y relee mis cartas, dales digna sepultura, márcales un beso, una lisonja.

Entiende de una vez que hoy hay algo de rigor en mis sentidos: un vestido que permea mi sufrimiento, una cara sin rostro, dos detalles, unas ganas inmensas de olvidarte. Un empate sin dicha. El número de tu amante.

...

Yo también, hoy te digo, me voy a la calle. Ya levantó la neblina y mi rutina es el cambio. Hay zapatos mojados en las banquetas y paraguas que hieren a la gente en cada punta y con cada gota. Se me antojó tu café y me lo voy a pedir bien dulce; quizá miss attendant con su blusita blanca, por fin responda a mis guiños. Tal vez la invite al cine o al "chino" donde conocí tus bisquets y de ahí nos vayamos juntos, salpicados por autos, bien lejos de esa banca donde tantas tardes te esperé.



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domingo, 29 de junio de 2008

Cruce de Caminos 8/n

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I.

Margarita se sabe querida por Fernando. Uno los ve y pareciera que está ante un acto de bondad ilimitada, de húmedos torrentes de deseo que hasta incomodan a los parroquianos de las mesas contiguas. ¿Por qué razón nos obnubilamos al presenciar, de un tirón, la sagacidad de dos besos tronados y el potente flujo sanguíneo que emana de esos cuerpos? Envidia o circunstancias de orden social y erótica lejanía. Una de dos, o las dos.

Al ser adolescentes es un tanto cuanto complicado quitarle el ojo a la persona amada. Las manos, el pecho, las mejillas: todos objetos de culto y redención. Yo noto, y no sé si esté de acuerdo, que a estas alturas las parejas demuestran menos su afecto ante la mirada hostil de sus semejantes. Todo se vuelve más partícipe de los silencios y además, la simple complicidad de estar juntos ante una mesa, es promesa temprana de un encuentro carnal más avanzada la noche. Si en la Roma de Calígula los vieran, Margarita ya sería la concubina favorita y Fernando ni siquiera estaría con ella. Menos mal que la monogamia es un valor actual y un sabio decreto en las constituciones contemporáneas. Menos mal que fuimos el diseño idóneo para formar sociedades justas donde el género no impera. Menos mal que hay pecado original y nos bautizan. Menos mal mi querida Margarita…

II.

Como casi todos los domingos, Gerardo se levanta y tuesta un poco de café. Elsa mira qué hay en la alacena y con ingenio diseña un menú para el desayuno. Sus hijas escuchan música y van abriendo apenas los ojitos. Suena el timbre. Suena varias veces, insistente, sin dar ni tiempo de gritar: ¡ya voy! (con un carajo, qué pedo). Gerardo abre la puerta con cierto desgano, salta su vecina casa adentro: ¡Déjame hacer una llamadita Ger! no han venido los de Telmex a arreglarme la línea. / Gerardo asiente y le alcanza el teléfono inalámbrico: Tárdate lo que quieras Lucy. / Es un ratito nomás. / Así, Gerardo vuelve a su faena doméstica: tostar, moler, meter a la bolsa, sellarla, etiquetarla, acomodarla, y otra vez… ya los olores del eneldo, el huevo frito y las manzanas se desprenden desde la cocina; ya los pajaritos, algunos, cantan de dicha. Otro domingo, rico sol, buena compaña: ¿cómo ha dormido caballero? le grita un tordo a un gorrioncito…

-¡Mire cabrón… no, no, no, ni madre, escúcheme primero, jijo de su puta madre, anciano! – (Qué pasa, coño, jefe, tan temprano…) – Sí, como oye: el cabrón no volvió a venir en toda la puta noche, se me hace que anda con las gatas de siempre el hijo de su putísima madre… no ni madre… ¡pu’s yo que chingao vo’a saber!... si siempre ha sido así, no se haga pendejo, usté nomás que lo… ¡ni madres! usté nomás que lo solapa… sí… ¡sí!... si ya lo veo al hijo de su puta madre, ahí anda olisqueándole la cola a las perras, como puta perro que es… ¡pu’s eso es, hijo de su chingada madre!... mire yo nomás le digo… no, déjeme… yo nomás le digo que no va a volver a ver a sus nietos en la puta vida… ¡ah, cómo chingaos no!... ¡y ese cabrón se me larga de la puta casa!… ya parece que yo tengo que estar aguantando tanta chingadera… ¡y yo viviendo aquí entre puro pinche vecino decente!, imagínese lo que no ha de decir esta gente… es que ya ni la chinga su hijito… ¡pu’s no ha llegado el puta golfo!... ¿sabe qué? ¡a la chingada!, yo ya le dije ¿eh?... nomás luego que no ande con pendejadas…¡ah! La pu… ¿qué?... ¿ah sí?... ¡la pura puta madre!... ¡se me van a la chingada usté y él!... ¿sí?... pu’s como sea jijos de su puta madre… ya ni la chinga este cabrón… ¡pu’s le estoy diciendo! ¿no oye bien o qué jijos de la chingada?... pu’s así, como lo oyó… no, yo a la chingada… pu’s nos vamos… pu’s si así ha de ser… ¡naah, váyase a la chingada puto ruco! – Finalmente colgó. / Gracias Gerardito mijo, ya quedó, no te digo que no han venido los de Telmex. / Pásale Lucy, ya sabes. / Ora, gracias. / Avanza a la puerta, mira algunas flores: - ‘tán bonitas tus flores Elsita, gracias por la llamada, que pasen bonito día. / Sale Lucy, gracias / ¿Le cierro? gritó… ¿qué pasó? / ¡Que si le cierro! / Sí, de favor, Lucy / ¡’tá luego! / Un portazo. Gerardo llega riendo a la cocina, ya se manchó la pijama con el café molido y va a limpiarse: ¡ora, pinche vecina decente! ¿ya está el desayuno? / Los dos ríen. Gerardo lo hace a carcajadas… aunque con cierta pena.

III.

A mi madre le dio por la gimnasia y lo aeróbico. Algo así como un tercer aire. Su consuegra le habló de unas rutinas de baile que te ponen a sonreír el corazón y además te hacen sentir muy bien. La noción es sencilla y básica: uno cabriolea a ritmos diferentes durante una hora y de este modo expulsa toxinas y venenos del alma. A mí no se me da la danza. Quiero decir, cuando bailo provoco éxtasis en las pistas y en mis seguidoras: todas ríen, no sé si conmigo o de mí, pero se alegran, y eso me basta.

Hace algunas tardes fue a una tienda de discos, buscó “Baile con los famosos vol. 1”, alguien, por fortuna, la ayudó. No trabajamos esos seño, pero hay de striptis si quiere, rieron los muy cómplices, qué bueno que no estaba: el comentario hubiera propulsado cierta ira en mi interior. Ire, éste está bueno, me lo compran mucho (si te escuchara Slim, pinche muerto de hambre). El caso es que mamá se adjudicó uno llamado “the five essentials of the aerobic dance”. Cuando platiqué con ella me dijo que no le había gustado: muy aburrido, monótono, rutinas para autómatas, me dijo. Prefiero el disco de mi consuegra, está variado y movido (ya Doña Crsitina aprendió el slang de sus amiguitos de las tiendas de discos). Ahora, según me cuentan, todas las mañanas se le puede ver bailando sola algunos pasitos duranguenses… el disco no es tan malo, hay que admitirlo; el día que cruce por mi cabeza el suicidio (que no sucederá nunca) recurriré sin más a él, a ver si me arrepiento.

IV.

Ayer recibí un correo de una amiga española. Me cuenta que llevaba tomando kalimotxos unas 16 horas y que todo iba para largo. Sus amigos y ella estaban decididos a desfilar con su selección de futbol en cuanto llegara a Madrid. Así que a este paso, la Plaza de Colón debe estar colmada de maños y mi amiga o está intoxicada (Dios no lo quiera) o duerme plácidamente en el suelo de su habitación.

V.

¿Y no me vas a llamar entonces?... pues no… ¿pero por qué? ¿no hay ninguna oportunidad?...no… no te creo ¿de verdad?... … ¿pero por qué?, ¿estás saliendo con otra?... no… ¿entonces? ¿y qué tal si de aquí sale algo bueno?... no saldrá… ¿estás seguro?... … ¿segurísimo?... sí, sí… ¿y luego?... pues nada… ¿así termina todo?... yo creo que sí ¿no?... ¿y si yo te hablo?... no creo… ¿por qué?... porqueeeeee… ¿quieres que te hable?... mejor no… un día te pueden entrar ganas de verme… quizá… ¿y?... a lo mejor te vea… ¿y si yo no quiero?... pues no te veo… eres muy raro… no creo… sí, eres muy raro…. ¿tú crees?... sí… ¿por qué?... no sé, por todo, por esto… ah… yo creí que a lo mejor… no, de verdad perdón, pero no… no, qué… no a nada… ¿lo ves? ¿y entonces?... (…) … ¿ya nada?... no creo… ¿te enojaste?... no, no…. ¿entonces?... pues (…) pues ya… ya, oquei, ¿entonces así acaba?...… ¿seguro que no quieres decirme algo?... si vieras que no… ¿de verdad?... sí, perdón, pero / pero sí… ¿por qué pides perdón tantas veces?... no sé… perdóname tú, a lo mejor yo tuve la culpa por algo que hice… no ¿o sí?... no, que yo sepa, no… ¿entonces?... nada… (...) ... ya me voy, ya es tarde… yo también… adiós (trata de besarme, me alejo, sonrío)… adiós.

VI.



- Martirio. Si te contara -

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viernes, 27 de junio de 2008

Biorritmo

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Definirme por una canción, la mejor, me resulta una actividad compleja y llena de recovecos misteriosos. A lo largo de los años he cultivado un jardín delicioso de tonadas y sonsonetes; algunas son casi autobiográficas, a otras les tengo dilección por su ritmo y su entereza, tantas más han sabido envejecer con dignidad y hoy lucen convertidas en verdaderas beldades otoñales. Las hay intelectuales y encantadoras, lindas señoras llenas de secretos y suspenso, cartas abiertas del corazón ajeno, simples divertimentos. Existen canciones de horror y ternura, canciones de paz, de sueño y sufrimiento. Llegan ligeras a mi mente y se desvelan con mi aburrimiento: no me canso de admirarlas. Soy un buen escucha…

Creo.

Así, decidirme se vuelve tarea de ideólogos: yo pienso que, yo digo que, pon atención a esta letra, oye cómo vuelan los violines, mira cómo surcaron el aire esas guitarras, ¡pero qué manera de lograr los beats!, dame más de esos agudos, quiero más de tu voz de humo, espérate que viene lo mejor, para mí el mejor es Bruce Springsteen, y demás barrabasadas que al final del camino, en esta tarde de sol y lozanía, me inquietan, me entretienen, me devuelven los favores.

Y cómo empezar. Con qué ingredientes medir la virtud o el deterioro, cuántos minutos debe durar la canción perfecta, de cuántos acordes componerse, en dónde termina lo objetivo y comienza el conductismo. No es sencillo, p a r e c e sencillo… pero no lo es. Diría más bien que se trata de un siniestro escaparate del tiempo y una pérdida del mismo en los anales remotos del olvido. ¡Jolei! Pero qué divino escribo.

Lo ideal es parecer un neófito que se ensimisma en salir de su desgracia: atar los cabos sueltos de la historia musical contemporánea y redimirse lentamente, sorbo a sorbo, por cada espacio melódico que alguna vez me acompañó, habitando sereno en mi existencia. Hagamos cuentas entonces y cual Zemeckis “volvamos al futuro” del núcleo sustancial y primigenio: la familia.

1. Melocotones

A mi madre le aprendí el esplendor de los festivales en San Remo, del cual supongo, me quedo con Nicola di Bari, Domenico Modugno, Massimo Ranieri y por entre todo, con Ornella Vanoni y su “senza fine”, jugo dulce de lima.



Debo también admitir que los años 50 en Norteamérica me calaron hondo en la oreja… (y en el alma, por supuesto). La fabulosa industria me trajo al crooner de Frankie, a Doris Day, a Tony Bennett, a Dean Martin y al distinguido Nat King Cole (con todo y sus motivos sentimentales), qué maravilla:



2. Cualquier cítrico.

Papá por su parte, necio con México y España, amante fortuito de las divas y el anís, revolucionó mis pensares con la Vargas, la Beltrán y la Pradera. Me quedo con la última, pésele a quien le pese: prefiero a la María con sus Dolores y Gemelos, y la prefiero más cuando, sensual y tumbaora, me canta al oído, bajito, bajito, “el tiempo que te quede libre, si te es posible, dedícalo a mí”. ¡Hija de tu chingada madre! (cuando me apasiono, maldigo; es una bonita costumbre ser majadero ante la belleza).



3. Chocolatitos

Gerardo, el mayor de mis hermanos, tuvo a bien mostrarme otra cara de la moneda, igual de bohemia y efusiva, igual de sabrosa y bien sentida, pero otra cara al fin: los cantautores (los de aquí y de todos lados). Mi elección, sin duda, de lo harto compartido, es la de personas como Roberto Carlos (cuando me canta en portugués sus detalles), Neil Diamond con toda la euforia, y a la vez ternura, que emana de Song Sang Blue, o José Luis Perales – por poner un ejemplo - y, el sobresaliente poeta del campo y los años: Alberto Cortez, del que elijo ésta que me llena los ojitos de alegres lágrimas:



4. Fuego

A Jorge le debo otras cuestiones, otras maneras de entender al arte y técnica de las musas, le debo, por ejemplo a Led Zeppelin, a James Taylor, a Dan Fogelberg, a Crosby, a Stills, a Nash, a Young, a The Police, a Yes, a Black Sabath, a Rush, a The Firm, a The Byrds, a Janis Joplin, a The Doors. Pero tengo la deuda más grande con su grupo favorito: Jethro Tull y la efectiva “Thick as a brick”. Un té de menta se queda corto.



5. Higos y mandarinas

De Patricio, Pink Floyd. Si me meto en otras cuestiones (que lo haré), no serán relevantes. Puedo hablar de Dire Straits, cantar con sobrado gusto a Cat Stevens, enloquecer con algún solo de Eric Clapton, dejarme arrastrar por las quietas aguas de Peter Gabriel y hasta fumarme un porrito con Bob Marley… pero Pink Floyd es, señores, una vocación, un dios pagano, una aventura lírica y fonética de dimensiones extraordinarias. Optar por una muestra digna para este concurso sería arduo dentro de lo arduo de no ser por la mágica presencia de “Comfortably Numb”, atención al solo de guitarra al final de la canción ¡y que truenen las pinches bocinas!



6. Agua

Y luego estoy yo, benjamín familiar y juguetón con lo distinto. Un buen amigo dice que en mi tumba tendría que estar escrito, entre otras cosas: “fue diverso hasta la náusea”. Como no habrá tumba ni reencarnación, prefiero ser recordado con música y alegría (ya habrá tiempo de escribir sobre estos enseres).

A mí lo que me gusta bien lo saben – lo tienen apuntado al margen de esta bitácora bajo los rubros del Sector Salud y derivados -. No es secreto que sin Mike Oldfield o Joaquín Sabina, mi vida, así de pronto, carecería de total sentido. Pero hay algo que me mueve, que me exhorta a despertar, a sonreír, a llenar este blog de nimiedades, a brindar por mi salud y la salud ajena. Sin ello, nomás no me hallo; todo en lo que participa es bello y perfecto, incluso cuando se pone de pesado en los conciertos. Se llama Silvio, y cada vez que me da una canción, ésta en particular y en vivo, le pido a Dios que me deje vivir mañana:



7. Té de tila

...

Y ya sé, ya me imagino: triste final, tristísimo, esperaba más de ti, pero qué te has creído, dónde dejaste a los otros, qué criterios tan malos, qué poca monta, qué impúdica pérdida de tiempo, vaya chasco, vaya tipo, qué manera de estropear mi tarde, qué desilusión, qué desastre…

Pues sí. Es lo que hay, es lo que soy y seré; cómo y cuándo se me antoje, es algo que a usted, querido lector, ya no le incumbe. Mejor brindemos, chingao, antes de que pierda la cabeza y me apasione.

Yo por eso me quedo con Vivaldi.
Faltaba más.
Carajo.
Eso me gano yo por…
Por pendejo.
¡Su puta madre!
Si ya decía yo…
Vivaldi.
A güevo.



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jueves, 26 de junio de 2008

Lecturas Detestables 4/n

> Para Bebe



Atención: lo siguiente podría, tal vez, herir susceptibilidades de algunos lectores. Se recomienda, por tanto, mucha discreción.

Delimitación: ¡Ah, los desencantos! Yo bien podría saltármelos; no niego que sean una parte importantísima en todo enamoramiento, pero, las más de las veces los hallo en demasía apasionados y poco funcionales. Sin embargo, por razones desconocidas, a mí me persiguen todo el tiempo: tengo una noción de derrumbamiento forzoso en los noviazgos. "Todo acabará", siempre puedo estar asechando a mi futura ex novia. Es terrible, lo tengo bien sabido, es más que terrible… es… terriblísimo. Pero bueno, lo es.

Supuestos: Ahora bien; hombres y mujeres mostramos distintas facetas de nuestros corazones compungidos. Aunque genéticamente distemos muy poco, somos la antítesis en los negocios del amor. Si los hombres gozamos de fácil desapego al terreno sentimental, es también un hecho comprobable que mucho sufrimos la ausencia física: el olor, el beso, la caricia, el sexo, los hematomas de lujuria, los ombligos. En ese aspecto andamos fallones. Y así será siempre.

Las damas no; casi toda mujer es un exquisito crucigrama de ideales y programas ajustados a medida. Como machos, debemos ser, en analogía fashionista, unos pret a porter de buena estatura, buen peso, buen ingenio y buena talla. Y si se puede en negro, mejor.

Doctrina: Alguien cercano a mí, en sangre y pensar, me propinó -sobre una madrugada queretana- tres detalles infalibles para cosechar una relación duradera:

a) Gana siempre buen dinero; que nada falte en especie, que nada falte en capricho, que todo sobre en los refris, los armarios y las bibliotecas.

b) Se fantástico en los terrenos sexuales: f a n t á s t i c o. Nunca dejes de pensar ni en nuevas cláusulas ni en nuevos disfraces. Es deber humano desarrollar otras maneras divertidas de llegar al orgasmo. Bueno…

c) Conviértete en su mejor amigo: sal y pimienta, mostaza y miel, dardos con veneno, agua fresca todos los días, todos los inviernos, en todos los ciclos. Saber escuchar y además, proferir una opinión justa y sincera de cada inquietud que tenga a bien comunicarte, será sólido cimiento de una vida comfortable.

Esto… parece extraído de Vogue o la Cosmo. Quizá esta persona leyó unas revistas, esperando en la salita del dentista, luego se hizo de noche y los tragos corrieron para finalmente escupirme este dogma con cierta adaptación al pensamiento masculino. ¿Hay corriente de pensamiento masculino?, ¿la hay, incluso, del femenino? Valdría la pena charlar al respecto; no por géneros ni equipos, sino tratando de saldar las cuentas del raciocinio y otorgándole el beneficio de la duda a los consensos.

Enunciación: El tiempo, estoy seguro, le dará la razón al ADN, cambiará de hoja y mutará de especie. Sea lo que sea, toda vertiente hedonista, herética o fascista que desemboque en los caminos viscerales del amor, deberá ser siempre sellada con un poquito de llanto y un tantito de ron.

Fórmula: La música que dediquemos al objeto de nuestro odio repentino dependerá directamente de qué tan repentinas y odiadas sean las acciones del objeto. Por tanto, aconsejo lo siguiente:

- Para que la canten las niñas, esto:



- Para los nenes, nada mejor que aquello:



- Y algo de preciosismo:



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miércoles, 25 de junio de 2008

Osvaldo Venancio Flores

> No. 100



I.

Play. De favor.



Fue en el verano de 1987 cuando mi madre, esa flor otoñal perfecta y entusiasta, me regaló “El maravilloso viaje de Nils Holgersson” escrito y pintado por la sueca Selma Lagerlöf. Debo decir que mis noches (días, tardes y sueños) cambiaron radicalmente. Quise, por un momento, ser escritor. Darle otras alas a mi Nils interno.

Presto, tuve a bien encontrarme un rotafolio verde -tipo libro- con hojas sueltas y escribir, por ejemplo, la letra de alguna canción que me gustara, lo más importante de mi semana o dibujar incluso algún garabato de mi familia reunida en una mesa jugando al monopolio. Aún conservo ese cuaderno. Lo estoy viendo ahora.

Lo estoy hojeando ahora…

Aquí dice que lo primero que leí -que en verdad leí por disfrute- fue “Platero y yo” de Juan Ramón Jiménez. Mi padre, ese universo interminable de bondades, lo sacó de una biblioteca para que yo me pasara mejores tragos con la hepatitis (aislamiento, dulces, libros y telenovelas venezolanas). Recuerdo también al Principito perdido en desiertos terrenales y lo mucho que me gustaba el personaje del zorro. Y cómo olvidarme de los “Cuentos de la selva” de Don Horacio Quiroga, regalo de un médico hippie, amigo de mis padres.

Qué ambrosías tan literarias.

¡Y, claro! “El Pájaro Azul”, aquella obra teatral donde Mytil y Tyltil buscaban… buscaban… eh… sí, claro: un pájaro azul que les brindara la felicidad eterna. El título lo dice todo. Y el libro lo heredó mi madre de su tía Gloria Barrena (una mujer de carácter indomable). Es increíble que guarde todo esto… bueno, yo guardo todo, así que ni tanto. Tengo una carta que me escribió en una hojita con corazones mi primera novia, en el kinder… no nos alarmemos.

… ¿qué es esto?... QUÉ / ES / ESTO. Imposible.

Tengo en mis manos el original del primer cuento que me aventuré a escribir. De mi puño y letra, ¡en tinta roja!, con horrores ortográficos y de sintaxis bastante dudosa. Yace aquí, sumergido entre mis cuadernos de apuntes (no crea usted que Moleskine o cosas así, no; más romántico: hojas recicladas con números raros al reverso). Y aquí está, lo estoy leyendo ahora: ando viajando en una nube de espacio-tiempo inconmensurable, con la risa a 1000 por hora y el corazón palpitando fuerte.

Es oficial.
Debo compartirlo.
No se merece ese abandono.

(… ¡es que desde el título!)

Bien; luego de esta breve introducción, permítame obsequiarle (con más pena que gloria) la historia que seguramente ayudó a este peatón a cruzar, por vez primera, las calles de la ensoñación. ¿Y sabe por qué se lo regalo?, ¿y por qué hoy? Porque hoy cumple 20 años: fue escrito un 25 de junio de 1988 y quiero que aparezca aquí como testigo de mis andares. Lo que leerá, créame, no tiene corrección de estilo. Se lo entrego así; casi desnudo y con sonrisitas pudorosas.


II.

(Transcripción)

Una de las mejores mañanas, cierto niño caminaba con rumbo hacia una cascada, se perdió y al poco tiempo encontró una vara, sí, una vara y empezó a jugar con ella, era una vara fea, jugaba con ella, la lanzó al aire y no la alcanzó, cayó al suelo.

-oye- dijo una voz muy enojada, -contrólate!-
-que?, quién me habla?-
-yo, quién ha de ser, la varita con la que juegas!-
-la… que? tu me hablas…!
-claro tonto, la madera también habla, respira y come!-
-pero como hablas?-
-eso no importa!, por otra parte te agradezco que me hallas sacado de ese fango donde vivía, pronto me pudriría; y en señal de mi agradecimiento, no me queda más que acompañarte, bueno vámos, no hay que perder el tiempo!-

Camino a la cascada se toparon con un gran oso, un oso grisly y venía hacia ellos…

-¡mira, mira, un oso, ayúdame “varita”!-
-ay, qué miedo; conozco a ese tonto animal y es más tonto de lo que el mismo se imagina.-
-yo no veo que sea así!-
-escucha; inútil, ven para acá…!-
-me llamas?-
- sí, mira te presento a este niño, es inofensivo; él me sacó de ese pesado lodo…-
-Ah, que bien, te sientes mejor? pedazito de madera?-
-esperen, mire señor oso, yo le quiero decir que si acepta acompañarnos a una hermosa cascada.-
-yo?, que honor, claro que los acompañaré!-
-bien, bien, empiezo a pensar cómo llamarme…-
-que dices?- preguntó la vara extrañada.
-no nada, no es nada!-

Prosiguieron su camino y volvieron a tener un “encuentro” y esta vez fue con un venado; sí, un cervatillo; este al ver a un hombre y aparte un oso, corrió sin pensarlo…

-espera, no huyas, no te haremos nada… vuelve!-
-imposible alcanzarlo es muy ágil.-
-por fin piensas querido oso!-
-eso no es cierto!-
-por favor, ya cállense y no empiecen!-

Caminaron y de repente, el venado se acercó a ellos y aunque un poco temeroso les dijo:

-me les uno!-
-que, lo dices en serio?- dijo el oso asombrado.
-sí, es en serio… bueno, pero y(m) que se me quedan viendo caminemos!-
-oyes… y cuál es tu nombre.-
-eh, sólo dime “oyes”, entendido?-
-sí, pero…-
-entendido!?-

Al llegar a su destino había una pequeña aldea de madera; y entre un intercambio de voces se oía:

-aquí es?-
-que bello!-
-creo que este es el lugar, fabuloso!-
-si, si, si. Dijo el niño bastante aturdido, y creo que ahora es el momento para que les diga mi nombre… bueno; mi nombre?...-
-nombre, pero, bueno… que es todo este enredo?(3/4)-
-sí mira, cualquier persona debe tener su nombre y si alguien lo desea su mascota también puede tener su nombre o mejor dicho…; olvídalo!-

El niño, con voz entre cortada empezó a relatar su historia muy corta por cierto:

-… y ya que nací huérfano de padre y madre, no sé que nombre darme y pienso que ustedes me podrán ayudar.
- con mucho gusto “oyes”.

El cuarteto empezó a pensar qué nombre podía darle al tal “oyes”.

-ya, ya, ya lo tengo!- gritó el niño lleno de satisfacción.
-si, y ya lo tengo yo también!- pero después de todo es tu nombre y yo no influyo en nada.-
-pues miren me llamaré de una manera muy sencilla: Osvaldo Venancio Flores!-
-como dices?- dijo la vara por ese enredado nombre.
-sí, Osvaldo me puse por el oso, nuestro valiente oso gri(-)ly que si no pelea, es por hombría, más no por cobardía, ahora Venancio por el venado que nos demostró valor viendo que lo podíamos atacar; pero no!, sino que tuvo la valentía de acercarse a nosotros, por eso y por tanto; Venancio y Flores, por la vara, ya que sin tener flores, y ser un simple pedazo de madera, puede capacitar y hasta mejor que muchos de nosotros.
-así que Osvaldo Venancio Flores…-
-Osvaldito sí, es un bonito nombre, no?...-


Fotografía: Cristina Barrena. Febrero de 1985. Yo.

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lunes, 23 de junio de 2008

La Conversión, la Pertenencia

> A la memoria de papá.




Instrucción: Déle play a la siguiente canción y luego lea mientras escucha. Entónese:



Ya no te da el sol en la cara:
ya no ilumina tu boca…
ni tus manos, ni tus pómulos, ni tus venas.

Ya te quedas quieta.

Cierto frío te anda absorbiendo la nuca y los recuerdos.
El aire que respiras y el tiempo en el que juegas
te sacuden, enteras, tus vivencias.
Entonces te arropas con tus brazos: te mimas,
te entretienes, me miras.
Sonríes con cierta nostalgia de bosque.

(Alejado, me hago el desentendido).

Así te ves mejor, con toda la montaña enfrente:
muriéndose y postergando, de este modo, tu silueta.

¿Quién me creo para tratar de volar contigo
a donde sea que quieras huir?
Toda tu esencia es eso: don de fluir.
Don de engendrar lo bello,
de apaciguar al viento y bendecirle al horizonte
lo azul de su presencia.

No me ofrezcas la mano,
sólo el momento:
Ése en el que estás tan sola y tan conmigo.
Ése en el que sólo cabe el café y tu entendimiento.

Vuela mejor, vete de aquí
que todo se pudre.
Zarpa sin maletas ni prejuicios.
Quédate en mi mente,
sal de mis horas y mis días y mi gente.

Vuela mejor, ahora y para siempre:
con tus plantas, tus silencios, tus maneras.
Márchate a poblar de genios la floresta.
Trata al arbusto y a la flor como compinches.
Trátalos bien y asómbrate del zorro,
de la ardilla, del conejo, la madera,
los silencios, las estrellas.

Tómale su tiempo al monte,
aprende su lenguaje y bebe del rocío.
Y duerme bajo abrigo de perales,
entre el fuego de secos manantiales.
Allí renuncia a tu pasado…
dale porvenir a tu presente.
Que emanen de tu vientre las raíces,
que de tu cuerpo salgan la tierra,
la abeja, el polen y la miel.

Vas a descubrir que tus ojos miran
y no sólo ven.
Te irás sintiendo delgada y acuosa:
fantasma lozano de bucólica tonada,
carne de musgo y grillos,
colina barrida, tronco desperdigado.
Te enterarás del olor a albahaca,
del croar otoñal en ciénaga y pastizal,
del chirriar sereno que provocan
todos mis búhos sobre tus ramas.

Por fin el día que te conviertas en follaje
llama a todos tus vecinos,
a todas tus virtudes, a todos tus señuelos.
Llámanos con la voz de los vientos alisios
y deja que en tu tálamo verde,
fresco lirio, mata gruesa,
nos demos un descanso y una tregua.

Luego vete.


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Instrucción: Ahora, si así gusta, déle play a la siguiente maravilla, vuelva a la fotografia, métase en ella, vuele conmigo.



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viernes, 20 de junio de 2008

Sobre ese Pasto de Color Brillante

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TIERRA:

"Tú sabes de los vaivenes del ánimo, del reptar de las obligaciones, de lo poco que duran los momentos gigantes."

M. García-García Pérez.

UMBRÍA:

En la endeble madrugada me provocas de pecado. Perennemente arrastras las palabras, no obstante lo susurradas. Partes de tu cuello hacia mis hombros desmigajando (dulce, complaciente, sempiterna, entusiasmada) muchas postraciones, tantas derrotas… toda tu savia. Te mueves despacio, te me acomodas, luces bonita –y tu espalda tan precisa se llena de detalles: lunares y pecas, crema y maravilla, cuarzos que se desdoblan -. Te olfateo con espásticas membranas: tu epidermis es jardín de los ensueños y todo tu organismo, una semilla. Mides mi pulso, lo computas; tres besos suculentos le das a mis muñecas. Cierras los ojos, sonríes, divagas, te envuelves en la sábana más fresca. Pongo una mano en tus rodillas, hago de araña: del centro hasta las orillas. Pides mi otra mano y la entretejes con la izquierda tuya –primero palpas yema y sudores, después las entrelazas-. Abres los ojos redondos: bien grandes, colosales, bien hechos, maduros, familiares, bien negros; con toda tu ingenuidad (y la curiosidad en trono) echas un vistazo a la techumbre que has formado en nuestra cama; proyectas querubes y monstruos con hebras de tus cabellos, con la nariz y tus codos: sombras clandestinas que nos provee este sol de media tarde.

LUZ:

Agua potable de verano.
Siestas lastimadas por los mirlos.
Pies descalzos sobre arena blanca y satín.

FRUTO:



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jueves, 19 de junio de 2008

Un Dejo Gestual de Tremendismo

> Antes de amarme, corazón, mírate bien en el espejo:



Dónde se adquiere. No lo deseo. Y para qué lo quiero. ¿Para mirar tu carita perfecta y no saber decirte que me gustas? Es muy posible; porque aunque el papel de victimario no lo juegue contigo podría llegar, tal vez, a humillarte. Hay muchas maneras querida mía. Podrían, también, estar los accidentes. Mi vida, hay tantas ideas. Si me apuras, es más, sería bueno tratar de matarte; acordar un pacto sectario y matarte. Disolver tus mejillas en mis dedos y calentar con ellas a mi sexo: casi admirando tu angustia.

Mi enojo no es contigo sino de ti: de tus caramelos con los otros y todo el alquitrán para conmigo, de tus deslices favoritos y, ante todo, del viento que te acurruca, te sopla la nuca, embellece tu figura, y tú, insensible, que te dejas. Ésa es la definición de mis iras y mareos.

Ésa es la aventura que ofrezco convidarte: penares y gozos, maltrato y cariño, sangre con miel y verduras, estofado de cabellos que queme mi silencio. Me comí al niño de tus recuerdos más felices -como Saturno que devora al hijo-. Y me supo sabroso. Y quiero más: hoy de tu carne, tu espíritu, tus muslos. Mañana tú dirás.

Si mañana nunca llega, te lo firmo: sufrirás.

Desearás una muerte tormentosa: llagada, encinta de trillizos, húmeda y maloliente. Sólo a tu final llegaré vestido de saco y corbatín… a regarte sosa en polvo, a meterte al horno, a vendar mis párpados con tus muñones coagulados de amor y negligencia.

Un dejo gestual de tremendismo me atará a tu vida y así podré, con hartas ganas, darme por bien servido. Si te digo que me gustas, dime que te gusto. Si quiero jugar contigo, ponme las mejores cartas. Si a tu antojo de crepúsculos le inviertes en mis noches, sólo días de primavera sembrarás cada minuto.

No rechaces mi contacto con tu piel; admite que quieres bailar un tango.



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miércoles, 18 de junio de 2008

Las Múltiples Formas

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El cerebro trabaja de modos misteriosos, ¿o es Dios? No - contestó Dios -, es el cerebro. Ah, pues muy bien. Es el cerebro. Su maquinaria es un diseño universal de quebrantos propiciados por una existencia somnolienta, única en acabados y rellena de engranajes soldados a medida particular.

Por ejemplo: uno puede ir manejando (siempre tratando de sonreírle al de a pie, cual robot) y notar que se acerca la intercepción con un ciclista. Y pensar (así muy adentro): "las bicicletas tienen frenos". No se malentienda y profiera a mi persona la categoría de conductor suicida y desalmado. Nada de eso… ni de lo otro. Es simple: las bicicletas tienen frenos y el ciclista puede parar despacio sin necesidad de que yo lo haga. Eso, si la sustancia gris que a todos nos aqueja es sagaz y atleta. De no ser así… bueno, pasemos a otro ejemplo.

A ver. Atento. Alguien puede conversar con usted sobre lo fascinantes que son los puentes que atraviesan mares kilométricos y argumentar, con sólidos fundamentos, que las estructuras que sostienen a esas bestias demenciales de la construcción son un invento formidable de la naturaleza humana. El mood momentáneo puede incluso ser exquisito: 23 grados, algo de Billie Holliday, un vaso con agua fresca y twist de limón… y de lo imprevisto, sin que nada ni nadie lo acarree, soltar por mandato cerebral alguna oración estúpida: ¡se me antojó una nieve de macadamia!

Modos misteriosos. Nuestros millares de neuronas son unas esquizofrénicas. Yo no las culpo; el hecho de visualizarlas todas enjutas y rodeadas de hermanitas que en su vida han visto me llena de misericordia. Pobrecillas las neuronas, todas dependientes de una sinapsis tirana que les ordene (a veces no) qué hacer, cómo y cuándo hacer y sobretodo, qué no hacer. Vaya dilema el de las neuronas… pues ni eso; porque además son esclavas de nuestros hábitos. Si uno fuma, las quema; si una noche brindas por el amor conferido a una dama y ella te lo devuelve con un salvaje guiño de ternura, se hinchan tanto que explotan; si se opta por el desvelo, enflacan. Y así: infinitos casos de estudio socio-neuronal que esta tarde me rodean.

Por ello dicto lo siguiente: uno (punto y guión), familiarícese con sus maneras de actuar; es importante saber que las más de las veces tomamos decisiones incorrectas (que a la larga pueden llegar a hermosos senderos). Dos (punto y guión), cuando guste llorar, llore; si aplaudir es lo suyo, póngase rojas las palmas; ¿le contaron un chiste inmoral y quiere carcajearse? hágalo: abra bien su boca, tome mucho aire, limpie sus pulmones y retuérzase hasta el dolor si escucha alguna vez un comentario gracioso de Jesucristo en la Cruz (acuérdese que los católicos tienen mala memoria), y tres (por favor, indispensable; y tres), punto y seguido: deje de saborear mentalmente sus helados cuando le hablen de ingeniería.



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martes, 17 de junio de 2008

Al Día de Hoy

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Estoy escribiendo más que nunca.
Supongo que es porque follo menos que nunca.

Joaquín Sabina, 2002.



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lunes, 16 de junio de 2008

The Long Road to Blues

> Para Pato, Pepe y Lalo



Shhh... Listen:



Nació el 14 de octubre de 2005. El año que más les llovió a los ingleses… literalmente. Fue concebido en Arles, pequeño patrimonio de la Provence francesa. Allá, entre viñas y girasoles, escondido en el salitre de las paredes gastadas y mimado por cientos de cuerdas y cenas en terraza de piedra y bugambilias fue adquiriendo su dimensión actual: la de obra abierta, la de acto de amor, la de testamento sonoro universal, y por supuesto, la denominación de “obra musical de mayor duración”.

Qué desfachatez de algunos mirar al arte en su sentido más cuantitativo. Y que sí; lo es: basta revisar las “Rebel Sessions” de Bob Marley de 5 horas y 88 canciones o el excéntrico, mezclado a cuatro canales, “El Salmón” de Andrés Calamaro con 103 canciones y cerca de 7 horas de espeluznante vómito creativo…

Vuelvo a la Provence.

Chris Rea (Ree-ah), su padre, acarició cada instante de la gesta. Lo fue, con buenas manos y artesano corazón, construyendo ensimismado: casi obseso, a minúsculos pasos de quedar loco… pero ¿qué es la locura si no la indulgencia con uno mismo? Imaginar, por ejemplo, a un señor cantante de ventas millonarias y primero en la lista de los ácidos críticos británicos. Sospecharlo con cáncer en el páncreas, vestido en bata blanca y esperando su irremediable partida. Pensar, por un momento, en sus errores, en sus aciertos, en su carrera (en discos colmada, desmedida) y en no volverlo a oír jamás con ases nuevos bajo la manga. Figurarse que en vez de sollozar y maldecir al universo por su suerte decide crear (vaya elemento tan nato y noble en el humano). Re-hacer su indómito destino y grabar (de un solo tramo) lo que antes - por agentes, por caprichos, por disqueras, por recelos - no había podido y sin embargo, querido: “An idyllic act of love for the blues: my very first girlfriend”.

Blue Guitars, el nominal concreto de esta autopsia al blues, consta de 12 discos. Cada uno abraza cariñosamente una etapa determinante en la formación y fusión del género negro, de la dama triste, del apartheid cantado o la música del diablo. Un recorrido por más de 130 canciones es depositado en la mente del escucha como una agobiante (aunque vital) jornada cultural de carácter epopéyico. Gozo inmisericorde de arrebatos guitarreros y orejas rojas de calor y asombro. (Una sintética revisión, disco por disco, del trabajo se puede consultar en este enlace)

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El coleccionista de autos y originario de Middlesbrough, Inglaterra se instaló en mi cabeza muchos años atrás, posiblemente en el 90. Un primo desembarcó su música en mi puerto durante una mañana de verano de manos de un humilde Sony HF – Normal con el sugerente título de “The Road to Hell” que iniciaba con lluvia, mucha lluvia: rutinarias gotas oliéndome a metáfora de tristeza o apatía o desazón. Luego entraba una mano invisible que sintonizaba, en vano, alguna estación disponible a lo largo de la ruta 66… lo demás, hizo historia durante despejadas noches entre hermanos y amigos.



< Chris Rea. The Road to Hell (Part 2) >

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Hace 16 tardes, todas empañadas de nubes y desbordamientos, me puse a deambular por los bulevares virtuales del comercio electrónico. Quise encontrarme con Blue Guitars. Me enteré de buenas nuevas y precios altos; conocí vertientes insospechadas del flamenco; ubiqué otra vez a los de Windham y Narada (me arropé con sus notas cuidadas y sus muestras perfectas). Paseé una hora, aflojé mis músculos y tecleé. Y lo encontré. Y lo compré. Mientras hacía la transacción pude percibir que mis manos temblaban por el costo, me dictaban no hacerlo: recato, prudencia, ahorro. Nada lo impidió.

El detalle es que yo vivo a sepan mil kilómetros de Londres. Y en Londres aguardaba paciente el Blue Guitars. Meses atrás me había guiñado el ojo, y yo muy digno lo cambié por otros gustos. Pero esta vez el arrebato sofocó a mis deslices, se me enroscó en la mente y el cabello, metiose entre mis oníricas neuronas y exterminó de golpe al pocas veces ubicado ser que habita en mis espejos. Hecha, como comento, la compra, no me quedó mucho más que rezar por su bien y traslado.

La mañana siguiente, en entorpecido delirio pre-Día de Reyes, revisé mi cuenta de correo donde alegremente se me informaba de la asignación para embarque del pedido y, puestos a enflacar la billetera, de lo célere que éste viajaría dado el servicio express que un servidor había elegido. Cuando hay ganas hay ganas: no entra el raciocinio ni la desconfianza. No se filtra el mal augurio. “En tres días me llega” pensé; “eso aquí me lo dicen” me hablé con voz baja… ¡En tres días me llega! grité. Y no llegó.

Intranquilo me puse a navegar por las aguas calmas de UPS: introduje mi número de rastreo, me di de alta como cliente consentido (antes me había tomado un cafecito y fumado dos cigarros para calmar mis ansias) y busqué mi código postal. Tal como lo indican las bellas instrucciones de aquellos estúpidos.

¡Listo!, aquí aparece: tipo: paquete / peso: 6 libras (¿cuánto son seis libras?... conversión, conversión, malditos buscadores, ya está: libra … tantos gramos, hojita para las cuentas, lápiz, lápiz, dónde puse el puta lápiz, bien – saco levemente la punta de la lengua mientras hago multiplicaciones, no me ocurre con ninguna otra operación… quizá mi cerebro se abulte -, una libra… seis por (ajá) muy bien, bien: 2 punto 742 kilos… ¡es pesado! Eso es bueno – y yo me quejaba de lo cuantitativo - / origen: London UK (¿no debiera ser England?, ah, las monarquías) / destino: Xico MX (ay cabrón, se oye hasta bonito) estado: en tránsito (perfecto). Entonces cuándo me llega. Dónde se revisa… (mjm) aquí: confirmación de hora y fecha de entrega. Nada.

A las dos horas volví a la carga y me llevé una romántica sorpresa. La página me mostraba, toda amable, paso a paso, el largo camino recorrido por mi adorado bulto. Salió hace tres días, a las 06:47 del almacén en Londres, llegó al aeropuerto donde lo escanearon revisando cuidadosamente que no contuviera cocaína, voló hasta Boston, fue sellado y re-sellado, no salió del aeropuerto, ni tiempo le dieron de almorzar y ya lo estaban aterrizando en Tulsa, la segunda ciudad más grande de Oklahoma y “capital mundial del petróleo”, allá pasó su segunda noche, con seguridad cenó algo ligero para no subir de peso. Cada uno de los doce discos bostezaban con esmero cuando un par de brazos sangrones los llevó a otro avión. Salimos enseguida, les dijeron, y se abrocharon el cinturón. Cerca del mediodía hicieron una parada técnica: otro sello, el del scan de destino. Esta vez en Louisville, un enorme centro urbano de Kentucky, hogar del notable inventor Thomas Edison y lugar que acogiera la primera biblioteca de los Estados Unidos… la primera biblioteca abierta al afro americano. Eso es genial; me encantó que descansaran por allá. Digo, a fin de cuentas se trata de blues. Yo creo que su corazón les palpitó un poquito.

Partieron esa misma noche con destino al Benito Juárez. ¡Llegaron pronto! La madrugada seca del Distrito Federal les dio la bienvenida y las manos de un tal Rafael Marsa los re-empaquetó al vacío con plástico de United Parcel Service Inc...

Luego pasaron los días.

La Ciudad de México, despreocupada y feroz, no les hizo caso. En la bodega donde almacenan las llegadas sufrieron maltratos (yo me atrevo a pensar que hasta fueron sodomizados); los aventaron por los aires, rieron cuando cayeron al suelo, los pisaron y escupieron e hicieron de ellos un desaliñado esqueleto de canción. Aún así, los discos (en su edición de lujo) de Christopher Anton Rea, no se amedrentaron nunca.

Consternado, contacté al servicio. Una voz de plomo y villanía me dijo que habían sido “mal enrutados”. Qué es eso, ¡qué significa eso!. Su paquete está bien señor… ¿Medrano? Mjm ¿y luego? Fue, como le explico, mal enrutado; es decir, hubo una confusión en el código postal de destino y… ¿y dónde está? pregunté impaciente… eh, permítame un momento… (entonces comenzó a sonar un yoga smooth jazz zen zone de cuarta categoría, digno de entrar a elevadores o comprar aspirinas en una enorme farmacia, mientras tanto una linda voz femenina, la más linda que he escuchado en semanas me entretenía susurrándome al oído que para tener una mejor atención sería útil que tuviera a la mano mi número de guía y que sus operadores trabajaban gustosos para atenderme: "por favor, no cuelgue" (caballero de mis sueños, galán de mis fantasías, etcétera).

Está en Pachuca, señor. (¡Y qué putas hace en Pachuca!) y… por qué ¿en Pachuca dice?, ¿Pachuca, Hidalgo?. Sí, señor: un problema con los códigos postales. No se apure, mañana por la mañana su paquete será enviado al centro UPS más cercano a destino; es el que está en Puebla. Ah bueno, Puebla, menos mal (pero Hulk se apoderó de mis neuronas que, silentes, empezaron a gritar: ¡bandada de imbéciles, pinches mexicanos inútiles tenían que ser, no es posible que de Londres a México tardó 36 horas pasando por medio Estados Unidos y ande pendejeando en México durante diez días, n o e s p o s i b l e, valen madre aztecas de mierda, pinche sociedad de mal organizados, pendejos y analfabetas, putos muertos de hambre, hijos del salario mínimo, viva México cabrones! Perdón Patria mía, perdón paisanos)… Puebla está como a cuatro horas de donde vivo. Sí, pero la logística de UPS atiende a otros criterios de transportación señor. ¿Es decir?... a ver, espéreme un momento (ídem en la voz bonita y el “jazz” de Di Blassio)… tardará entre 9 y 16 días hábiles en llegar… ¡Pero por qué tanto! ¿y éste es el servicio Express? Sí, pero le recuerdo que hay Express Pro, señor. Ah, perfecto (¡cuélgale ya a este gansete de séptima!). Muy bien, gracias por la información. De nada señor. (No mamen… no, no, no, no mamen, ¡qué pedo!, Pachuca... me carga la chingada)

Los siguientes, fueron días de tormenta y afincamiento en casa; esperar “la hora del timbre” como cantaba Serrat y notar distintas visitas, ninguna con mi pedido, me empezaba a deprimir de modos exquisitos. Y ya sé, es probable que me haya vuelto un ser superfluo y plástico, lleno de excesivos deseos materiales. Sí. Me convertí en lo que tanto odiaba: presencié la catársis de mi buena estrella. Soy el arquetipo del misántropo perfecto…



¡Ring!...¡Riiiiing!... toc toc toc…. ¿Sí? / traigo un paquete para Juan Carlos Medrano ¿se encuentra? Servidor. Fírmele aquí joven, ai lo que quiera para el refresco…



viernes, 13 de junio de 2008

Ahí (Segunda Entrega de Allá)

Atención: Lo siguiente narra los sucesos acaecidos en la "siempre despierta" ciudad de Madrid, durante la noche del 19 de diciembre de 2007 y la fría madrugada del 20. Su ritmo narrativo es juguetón (e incluso tiende a deletrear la lentitud y los detalles). El tiempo de lectura aproximado, tomando en cuenta los cortes musicales (parte elemental de mi discurso), es de unos 40 minutos. Si usted dispone de ganas y varios segundos, o es amante de la canción cantautoril, lo invito a que disfrute de estas líneas.

Para leer la primera entrega, haga clic aquí.

AHÍ

> Al amiguete... ¿a quién más si no?



Se yergue sobre la Plaza del Ángel, en la plenitud del Barrio de Letras, envuelto por el compungido corazón de Tirso de Molina y a escasas cuadras de Sol. Ahí se quedan sellados los labios del escucha y la mirada absorta del parroquiano desprendido. Ahí se funden las palmas y el jaleo (los adioses y las bienvenidas) del jazzero insurrecto y de la dama de noche que sale a maquillar sus cicatrices. Allí, en los escasos metros que retratan nuestras almas, se alza la antigua cristalería que hoy alimenta de vino y nicotina las paredes del Central madrileño. El café y la risa. El “para ocio” y la razón prohibida.

Y ahí fuimos.

Marineros arrastrados contra corriente a lugares míticos. Sospechosos reina reinas en garitos ajenos a la clica. Dandys con barba y poco pelo de tontos (bueno: tú ni tienes).

Gente de diverso estrato y nación universal se iba acumulando en el acceso; las risotadas lejanas y calientes de los clientes bar adentro sólo incitaban a pedirse la primera de la noche: poco cargada, harta de hielo, soda y cola caballero, dos pajillas.

También estaba ella; a la que, para no confundirnos, habrá que darle un nombre: pongamos Alicia. Nos habitaba Alicia: ubicando lugares, nerviosa, con el cuerpecillo frágil, los ojos grandes; azulverdes, la piel de crema, el cabello de nueces, la blusa en lino blanco, los aretes de plata y la sonrisa tímida e inquieta bajo el rostro adusto: cargado de deberes.

Aunque de pronto ¡Catapúm!: se nos cruzaron los horizontes y nos vimos directito a los lunares (así que nos fuimos de allí mandando a todos al carajo, volamos hacia playas bajas del Pacífico sur para desnudarnos horas enteras y volvernos a vestir como si fuera siempre la primera vez…) y me quedé callado, con mi estúpida cara de Snoopy y toda la vergüenza a cuestas: “Un momentito caballeros ¿tenéis las entradas?” / Eres un tímido estúpido; me murmuraste (o cosas así).

Y el mar del Pacífico sur tan bonito que es.

> Y ahora (léase al más fiel estilo de locutor venido a menos, trabajador incansable de las radios comunitarias y bebedor compulsivo de copitas de ron en las cabinas), mientras esperamos que a nuestro escritor se le pase el mareo, por penoso y poca cosa con la bella Alicia, póngase cómodo, amable radioescucha que esta noche me acompaña, que como intermedio escucharemos la bella melodía del cantautor Javier Krahe, ilustre juglar del Madrid de los setentas y bohemio políglota, de profesión: poeta. A su salud. (Currutaco, borrachín de cuarta) <



...

Mientras usted escuchaba con delicia la canción e irónicamente reía de las verdades expuestas, mi compañero calvo y yo accedimos, cargados de bonanza, al tugurio aquel. Tuvimos, por designio de Alicita (qué delicia), que compartir la mesa con una pareja que optó por ignorarnos: era más fácil besar, que conversar con extraños.

Entonces así, patidifusos y felices, hinchados de gana y con elegante postura nos pedimos, ¡al fin!, la primera de la noche: poco cargada, harta de hielo, soda y cola caballero, dos pajillas. Y vaya soda que nos dieron: litro y medio de burbujas y benevolencia estomacal; y vaya hielos, dos; y mire que lo poco cargada: bajita, bajita, bajita, lo que se dice bajita: no fue. ¡Joder matxo!, qué manera de servir; yo le llamo a esto “suicidio futurista de resaca”… Bueno, qué nos queda, ¡A su salud señor Juan Carlos!, ¡Dios lo guarde Arturo! Y bebimos. Bebimos mucho esa noche.

- A ver, dame chance que voy al baño.
- Cómo jodes tío.
- Hazte pa’llá pendejo.

Ahí me quedé viéndole entonces los ojos a la linda Alicia: con diferentes posturas, con ensoñados rostros, prendiendo cigarritos a la despreocupada pareja, coqueteándole a señoras vecinas de mesa, jugueteando con la envoltura del popote, mirando las piernas de Alicita, haciendo algo de cuentas, examinando la tarima, golpeando con discreción la mesa con tres dedos, volteando al techo, sorprendiéndome por algo, dándome masajes en el cuello, pidiendo otras dos copitas, pagando esas dos copitas, sirviendo más hielo, sonriéndole a la pareja indiferente, espiando de cuando en cuando los brazos perfectos de la incauta Alicia… ¡pero cómo tarda este cabrón! Después le vi venir: sonrisitas apartadas, bonachón y pletórico de ademanes contentos.

- Mira – y me mostró orgulloso unos discos que se había comprado: tres del Krahe (incluido el “Querencias y Extravíos” que apenas presentaba) y uno maravilloso, grabado ahí, en el Central, con Tete Montoliu al piano y Javier Colina ayudando en el contrabajo. Ases del jazz en España.
- Oye esto se ve muy bien.
- ¿Ya viste?, ¡mira! – Allí posaba: el autógrafo del inimitable Javier, ¡extasiado en azul! sobre la primera página del disco-libro: Para Arturo. Salud. Y el dibujo de un barquito de vela, navegando despacio en el mar encabritado de los sueños.
- ¡No mames!, que a toda madre. ¿Dónde lo viste o qué pedo?
- Allá está – señaló un rellano que daba a las escaleras de los baños. – Ve ahorita, antes de que salga, para que te lo firme. – Así que pedí a la pareja apática un bolígrafo y me lancé a la conquista de la rúbrica consagrada.

Yo tenía bien conocidos a los músicos que le acompañaban: les había visto en conciertos y devedés, habían salido a afinar sus instrumentos media hora antes del show, y sin más, parecían tipos campechanos con la vida: vagabundos de los bares y las hembras… músicos, parecían músicos. Y Krahe no estaba. No estaba por ningún lado. Bueno, pensé, debo hacer muestrario de mis antiguas dotes de groopie.

¿Usted es el señor Prittwitz? (¿hablará español este cabrón? Andreas, hey man! / und sprachen espanyol? (no, no mames, no hablo ni jota de alemán) – no, no, sí habla español, lleva viviendo en España sepa cuantos años -) Sí, sí, caballero, para servirte. Hombre, muy amable Andreas, me es difícil olvidar tu solo en “Pongamos que hablo de Madrid” en el teatro Salamanca. (Menuda forma de iniciar una conversación) Chingonsísimo, como decimos en México (todo un clásico que no sabe fallar: el residente patriota, mexican curious). ¡Hombre!, mexicano; me encantan los mexicanos (me le quedé viendo, callado), gente muy abierta y sonriente.

- Oye, pues éxito esta noche y… no te interrumpo más. - Él tomaba un vinito de la casa, su previo ritual en cada espectáculo, y sumergía un pan en la copa.
- No, hombre, qué va, estamos esperando al Javier, que se ha metido al camerino. Es gente de cuidado y poco puntual.

Los dos reímos.

- Aprovecho para pedirte que me firmes el disco (soy un individuo nefasto), veo que participas.
- Sí, un placer, ¿tenéis un boli?, ¡oigan chicos, vengan al autógrafo con el mejicano! (¡ay cabrón!, no, no, no, no, esto se está saliendo de control / ... / ahí, en las escaleras verdes, y casi haciendo cola llegaron todos los músicos del álbum (y otros invitados), así que yo henchido de placer fui pasándole el lapicero a Jimmy Ríos, Fernando Anguita, Andreas Prittwitz y Don Javier López de Guereña, el productor, un tipo de los más divertido y fachoso.

- Es... esto es, verdaderamente un gesto hermoso para mí. Gracias, de verdad, y mucho éxito esta noche.
- Nohombre chaval, que gusto la visita desde allá, ojalá disfrutes del concierto.
- Sí que lo haré…
- Pero mira quién está ahí, ¡a ver si te vas tomando esto en serio Javier!

Apareció tan de la nada; con un purito especial de los que siempre fuma; con las manos gastadas, la barba amarilla y las canas recolectadas en los años de farra y Mandrágora. Para ese instante no hubo mucho que ingeniar, ya era el fan from hell más exhaltado del sitio, así que sin más me le acerqué, nada de miramientos, contándole lo mucho que me había podido la censura que le hizo TVE en aquel concierto cuando sacó del aire a su “Cuervo Ingenuo”.

- Y eso es lo de menos chaval, si te contara las otras…

Mientras platicábamos, un poco desencajados del ritmo fulgurante que vivía el café (metros más adentro), noté con ternura cómo firmaba el disco. Para Juan Carlos. Salud. Y el esbozo de dos copas con vino a medio llenar. Nos dimos la mano, ¡buen apretón el que ese tipo hace a sus 69 otoños!, y adiós dijimos.

Yo regresé a la mesa con un aura de espectro resucitado; y al contarle a Arturo la osadía vivenciada se puso en pie de inmediato y casi a primeras ya tenía a los músicos en idéntica situación. ¡Pero vaya!, así que vienen en par.

De nuevo sentados, asombrados, llenos de olor a fresco y conmovidos por la buenaventura de toda esa gente, pedimos la tercera de la noche (y eso que el concierto ni empezaba) y volvimos a brindar, con amplia carcajada de alivio.

> Ha llegado otro momento de pausar las aventuras Odiseicas. Así que los dejo, esta vez acompañado de Sabina, con Krahe y su Cuervo Ingenuo; canción que en 1986 fuera censurada por Televisión Española y sacada del aire a pleno concierto por ser considerada “una feroz sátira de los bandazos ideológicos del PSOE”, partido que en aquellos ayeres ostentaba el poder presidencial. Radio Peatón, once y cuarenta de la noche: afuera llueve, adentro hace calor. <



Pues bien. Como es costumbre en mis, apenas contadas con dos dedos, crónicas de conciertos, me reservo el programa para mí y los asistentes (abucheos, jitomatazos, ¡chingue su madre puto peatón! y demás obscenidades, sírvase referirlas al correo de contacto que aparece en el perfil de esta bitácora.

Duró dos horas, hora y media, hora treinta y tantos. Fueron los cantos más íntimos del pasado invierno. Fue la verdad a tragos y la sed desmedida por corear bajito las de rigor. Hubieron risas y silbidos, alegorías a mujeres ficticias, sonetos de cuna para amores informales y siete anécdotas graciosas que entusiasmaron a la mente, al ansia y al pudor.

Luego se acabó el detalle: y en parejas o tríos, y en decenas o a mares, fueron saliendo del Central los inquilinos momentáneos y los abrazos fraternales.

Nosotros no. No nos roncó la gana salir de allí para seguir la marcha en otro lado. Puestos ya a perder los alamares como dicta la canción de la posguerra, nos hicimos amigos del que atiende y cínicos embusteros, fuimos de a poco, pidiendo con sonrisas, unas gotas más de brandy “que esto ya me sabe a pura agua”. Y el tipo nos complacía.

> Una pausa y volvemos enseguida <



De aquí en adelante, toda interlocución, léase por favor arrastrando las “s” y comiéndose, con glotonería, algunas vocales al azar.

- … (jah jah jah, jod’suchinga’amadr…) No mi querido hermano, mira: hay veces que en la vida, óyelo bien, hay veces que en la vida uno no debe preocuparse por esa clase de chingaderas, porque… pu’s si no ya valió madres ¿no?, yo digo...
- Tienes razón pinchi frisco, son chingaderas, yo digo que a lo mejor y diosito sabe bien porqué hace las cosas ¿o no? / digo, porque si no, pu’s cómo ¿no? / o sea, ¿me entiendes?, nomás mejor arrastrarse como camarón por el puta río ¿no?
- ¡Ji jijh jijodetuchin’gadmdre! Como camarón dice el furcio... bien puta colorado ¿no, compa?
- ¿Sí nos sirves otra copa? / Ora… gracias.

Luego de esa edificante conversación, y cerca de las dos de la mañana, nos sumergimos en otra de carácter más intelectual y poético: hablamos de nuestros miedos y de los ojazos de Alicia, de grandes proyectos palpables en futuros cercanos y de la vida vista como estaciones en un año. Y de otras cosas que ya no recuerdo.

- ¿Puedo sentarme con ustedes caballeros? – dijo una voz de humo y rasposa.
- (¡Ah jijo de s’chinga’mad) Claro... claro, pero por supuesto Javier. – atinó a decir Arturo.
- ¡Cómo se nota que se la estáis pasando bien!
- (Ay cabrón, ya me hizo daño el pinche aguardiente: ¡estoy teniendo visiones!) Y cómo no nos la vamos a pasar con el conciertazo que diste.
- Favor que me hacen, que hoy tenía poquitín gastá la garganta ¿sabéis? / Oye Fernandito, sírveme una de güisqui con un poquillo de agua del grifo, y aquí a los caballeros lo que estén tomando.
- No, no, cómo crees.
- Hombre, permítanme invitarles, que ya les vine a interrumpir.
- Muchas gracias, Javier. Pu’s... otras dos iguales ¿no, Fernandito?

Cuando er joven llegó con las botellas y sirvió las copas invitadas por Krahe, supimos que habíamos estado tomando bebidas infantiles: ¡A la puta madre!, nos miramos cómplices y reímos con Krahe. / Oye Fer, ¿nos haces una foto? / Por supuesto caballeros. / Namás ponle el flash, aquí, aquí, aquí, aquí, ponle el flash, si no, no sale bien. / ... / Ya está, pues digan salú. / ¡Salú!



- ¿Ha salido bien?
- Sí, sí, Fernando, gracias (Fernando: lo tuyo son las barras)

Cerca de las tres de la madrugada volvimos a brindar. Por aquello y por el más allá. Javier, con desinteresado afán de artista, nos contaba lo bien que se sentía ser un cantor casual; hablamos de su homenaje: Que si Sanz lo hizo bien / que quién dices / ¡Sanz! / ah Fernando / no Javier, Alejandro, se llama Alejandro / ah, ése… pues me ha gustao fíjate tú; y hay que ver lo que hizo Morente / es que tu canción bien se puede cantar por bulerías / pues a mí me ha gustao / etcétera.

Y luego, además, le encanta el ajedrez. Cada jueves se va a un barecito cerca de su casa y juega durante horas con un buen amigo de la infancia. Y dice orgulloso, que una vez hasta compitió con Kaspárov. / Hombre, hay que ver, todo un atleta el tío ¿eh?, de acá arriba (golpeteaba su frente). / ¿Y qué lees Javier?

- Lo que se deje y lo que no también.
- ¡Hasta los ojos de las mujeres!
- Qué va… esos me leen a mí. Porque tengo muchas novias, todas ilusorias, claro, que si se entera Anik, se me arma la gorda…
- Salú Javier.
- Salud caballeros.
- ¿y te gusta la poesía?
- Me da un poquitín de risa ¿sabes?, no le hallo el modo nunca. Me gustan los sevillanos, los del destierro y los Lorca o lo que se le parezca…
- … a mi padre le encantaba uno de allá: Manuel Benítez Carrasco.
- ¡Anda!, pues no me suena

Resulta que el señor Krahe tiene un tic simpático, de esos que juegan a desorbitar las miradas ajenas. Mientras habla, su barba gris se colma de cosquilleos e intenta rascarse con las mejillas. Es realmente divertido estar tan cerca y poder notarlo.

- ¿Tus cinco toritos negros?
- No
- Tengo el caballo en la puerta… ¿te quieres venir conmigo? – Arturo le declamó un fragmento.
- Eso suena muy bien.
- Ai te va una – dije saliendo al quite – “Romancillo del niño que todo lo quería ser”
- Venga ya – me contestó muy atento.



¡Bendito amigo mío por sacar tan linda foto! / Otro traguito. Esta vez los mexicanos invitan. Y se unió tan de repente otro señorón a la tertulia. Gastón (recuérdame su apellido), gran amigo del cantante y por rebote, nuestro. Un tipo de ojos grandes y sonrisa abierta. De plática fluida y de compadrazgos con Joaquín (Sabina). Y es que entre amigos, uno nunca sabe...

El caso aquí es el desenlace: se acercó el discreto Fernandito y nos sacó con buena calma del bar, vasitos de plástico en mano. Allá estábamos los cuatro: Javier, Gastón, Arturo y yo, y alguno más. Un Club de Toby portentoso, internacional y elegante.

Afuera del Central conversamos más bien de seguridad. Desvaríos propagados por el brandy que ya infectaba nuestras venas y el andar:

- Pero qué gusto caballeros. Yo ya me retiro que a mi edá, la cosa está mala para con los desvelos.
- Anda Javier. El gusto ha sido nuestro.

Un apretón sincero selló el encuentro y sólo vimos su espectral figura fugarse despacio, calle abajo, hacia el andén de la memoria y el olvido. Enotnces pronunció:

- ¿Queréis seguir la marcha? / Arturo y yo nos miramos sonrientes. / Pues ya está: Gastón, llévales a la Boca del Lobo. (¡Madre mía!)
- Pu’ vamos. Andando. ¿Hay que esperarte verdad Juan Carlos?, veo que estás lastimado… (días antes yo había estado sufriendo una tendinitis terrible)
- Voy despacito: los sigo, los sigo…

Minutos más tarde y gritando de cuadra a cuadra:

- ¡Juan Carlos, pero qué jodido estás!
- Ah, no es nada Gastón (rictus de dolor y cansancio). Ya voy. No se me desesperen.

La Boca del Lobo resultó ser un after-hours espantoso y desmedidamente copado de insectos y gente. Todos nos abrimos. Gastón propuso el Candela, y allá nos dirijimos. El Bar Candela, en pleno Barrio de Tirso, a dos calles del departamento de Joaquín, nos guardaba aún, otra sorpresa.

- ¿A ustedes les gusta la flamenquería? Porque de ser así, vais a flipar.
- ¿Qué es flipar? – Dio tantas explicaciones que no entendí.

Ya embutidos en aquel sitio, lleno de colores y olores y gestos y guapas y africanos y andalucíes y maños de escasa reputación, nos sumergimos en un debate abierto y limosnero sobre la Guerra Civil Española (material de primera para el nuevo libro de Gastón). ¿Y conocen al Cigala? / ¿A Dieguito?, ¡pero claro! / Es un maestro del cante ese tío / Si a nosotros nos encanta el “Lágrimas Negras” que sacó con Bebo / Pues ya llegó: anda con esa guiri / ¡Dónde!

Arturo lo tomó por sorpresa y empezó a cantarle “se me olvidó que te olvidé” de una manera que recordaré toda la…

- La noche cae envuelta en velos transparentes y estamos a tiempo de hacer un corte muy necesario. Del emblemático disco de fusión “Lágrimas Negras” producido por Fernando Trueba y grabado al alimón por el cantaor andaluz Diego el Cigala y la leyenda viva de Cuba: Bebo Valdés, viene aquí, como regalo, un precioso tema. Regresamos. -



Porque además, como debe ya suponer mi bien ponderado lector, a esas alturas, más que hablar, escupíamos palabras al viento, que mezcladas con fuego, eran un poco incendiarias. Usted… usted me entenderá.

- Y te diego Dieguito, yo le decía a mi novia: vas a oír qué preciosidad… y se la ponía a todo volumen. Luego me dejó la muy traidora ¿no?... y entonces le mandaba mensajes en el celul… en el móvil ¿no?, con la letra… ¿cómo ves? ¿a poco no era bonito?
- Pero Arturo, ¡eres un conquistador!, y qué gusto que mi música llegue hasta allá, no sabía que en Méjico eran de jaleo flamenco…
- ¡Uy! Flamenquerísimos, si vieras… cántala, cántala: “se me olvidó que te olvidé (tun tun tun), se me olvidó que te dejé (tun tun tun), bella mujer de mi vida... / ¡Flash!



...

¡Pero qué noche compañeros! Me tienen aquí destornillado de la risa, recuerda que te recuerda y por más que intento no me acuerdo del final. Sé que Gastón nos acercó al hostal y que Arturo le sugería que reanudara su amistad con Eduardo (Aute), rota meses atrás por problemas de dinero.

- Es que tienes que entender pinche Gastón, amárrate los huevos y tienes que ir a visitarlo… y le dices: Mira Eduardo, ya estuvo ¿no? No te puedo pagar ahorita pero tampoco perder tu amistad. Así de fácil Gastón, así de fácil.
- ¡No me castigues más!
- No ni madre, mañana vas con ese cabrón y le dices: me hace falta tu amistad ¿no?... le dices… me hace falta tu amistad… ¿cómo lo resolvemos?, ya él te dirá ¿no? o no…
- Pues tienes razón Arturo…

...

¡Qué clase de humanidad respiramos esa madrugada! Quién se interpuso en el camino corto de la felicidad. A qué nos supo la vida. Por dónde se van los caballeros. Quién le roba besos al destino y se enamora del azar mientras bebe y canta. A quién le importa (y a quién no). Cómo me calma la brisa que hoy me estrella los recuerdos de mañana...



ENCORE



< Javier Krahe. La Costa Suiza >

martes, 10 de junio de 2008

Ícaro y Caronte

> Una miniatura para los gigantes



Esto termina así: con una cabalgata tarde abajo luego de una exhaustiva jornada recogiendo setas silvestres para el consomé del bautizo y viendo qué rápido crecen los becerros del rancho de los Méndez. Al llegar a los terruños hay café en la olla de peltre y los troncos ya truenan, hinchados de fuego y viento…



La bruma campesina desciende desde el ingenio. A nuestras espaldas se ciernen los rayos rezagados de Ícaro y Caronte; roza la tenebra al horizonte y nuestras palmas se juntan con mágicos insumos de belleza, percatadas del milagro que nos significa la buena cosecha.

Tenemos tres perros irrisorios y veintisiete gallinas que nos alivian la tormenta. Hay mazorcas y un huerto pleno de lechugas verdes. Hay jarrones de barro y aguanieve de encino. Ella vende en Doble Río esencias de aguacate, curas de lima y mandarina que le trae su hermana de monte arriba y envueltos esbeltos de polluela blanca para males de amor, úlcera o engaño. Yo consigo atizar la lumbre de las quemas y generarle sana tala al del ingenio de Asunción; me paga a catorce la viruta y a treinta y dos las horas extra, me ofrece cobijo en la galera cuando toca vela para envíos y hasta permiso de tirar con la escopeta a los coyotes si se internan.

Y cómo me gustan mis manos hollinadas. Y cómo me mata cuando Magali se pone colorada y el humo hace que le lloren las pestañas. Doy fe de gusto, de vivo y de progresista.



< William Ackerman. Bricklayer's beautiful daughter >

- Nota al margen: la canción de entrada al post está mal referenciada. En realidad se trata de "Dolphins", compuesta e interpretada por Mike Marshall (guitarra y mandolina) y Darol Anger (violín); dúo que luego se daría a conocer como Montreux. -

sábado, 7 de junio de 2008

Afuera

>



No se quedó a dormir...
Amanece lloviendo.
Aunque son las siete hay poca luz.
Una primavera casi canta.
Aterrizo mis pies desnudos sobre la duela.
Entonces prendo una lámpara.
La madera cruje.
Somnoliento llego al baño.
Abro mis ojos poquito a poco.
Cejijunto mi mirada.
Vuelvo a la cama y respiro.
Me alegro.
Bostezo.
Levántome friolento.
Corro las cortinas.
Abro la ventana.
Liviana, me pega la ventisca en la cara.
Oigo llover.
Me pongo a ver llover.
Salgo así de mi letargo.
Camino un poco.
Casi a tientas.
Llego a la cocina.
Preparo café.
Espero dos minutos.
Pruebo a llover.
Me hipnotizan las gotas.
Chocan contra el cristal.
Se desbaratan.
Sirvo el café.
El calor me reconforta.
Regreso a la habitación.
Y a la duela.
Y a la calma.
Y a la lluvia, afuera.
Bostezo.
Ricamente me estiro.
- ¡Mmnaahh!
Tomo un disco.
Me acuerdo de ella.
(Todo sería más fácil...)
Play.



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