miércoles, 8 de noviembre de 2006

Cruce de Caminos 5/n

- El timbre sonó con insistencia nefasta, grité un doloroso: ¡voy!, abrí la puerta violentamente y ante mis ojos, tres carteros de diversa estatura y credo me informaban dignamente que era su día; el día internacional del cartero (12 de noviembre). ... aquí está su recibo telefónico. ... // ... - gracias; dije tratando de englobarlos con la mirada. - venimos pidiendo una cooperación, lo que usté guste. Recordé de inmediato las fallidas cartas a mi querida amiga jaliscience, las estropeadas entregas con una lejana novia egipcia, el tardado, infinitamente tardado, servicio que uno recibe en las oficinitas del correo postal. Saqué del bolsillo diez pesos y estuve a un paso de pedir cambio de a cinco. Ellos se fueron, adinerados y contentos, riendo y tocando timbres. Yo me quedé, siempre me quedo, endeudado y maldiciendo. ¿Cuándo hice una llamada a España de diecisiete minutos? -

- Luego de una larga y provechosa velada con prima y primo, de esos que viven lejos, me retiré ante el reproche de mis convidados. - Buenas noches señorita, caballero, se quedan en casa, apagan las luces. Me mentaron la madre y siguieron llenando caballitos de añoranzas y tequila. Instalado ya en mi lecho, con pijama fresca de lino azul y cigarrito moribundo en mano, puse en volumen 3 a mi somnífero infaltable: Michael Jones al Stenway, piano rudo y viejo con el que siempre me deleita tocando en sincompado su bellísima Mexican Memories, apagué el marlboro con filtro, apagué mi ajetreado día, apagué a mis musas, apagué mi cuerpo, apagué mis ojos, apagué la lámpara, culera lámpara que al instante ardió en llamas la estúpida, salté sobresaltado, tropezando con todo, alejando del fuego mis objetos más preciados, maldiciendo, ¡hija de la chingada!, ¡Pepe, cabrón, ven puto primo, Pepe, PEPE, Pepe cabrón!, - Pepe aún reía de un chascarrillo contado diestramente por Lupita - Entró en la habitación horrorizado por mis lamentos, soltó una carcajada de las que queman, y con presteza apagó el incendio, de esos que alcanzan alturas de 15 centímetros; - ya'stá guey... El cuarto siguió humeando media hora, media pinche hora. -

- Luego de comer almejas al ajillo, servíme un café con anís. Las costillas casi me revientan. Era un Chinchón seco con mucha gracia, era una tarde con Chavela Vargas cantándome bien fuerte "las ciudades". Escuché de pronto al campanillero de mi pueblo que los domingos ofrece ricas tostaditas con sabor a piloncillo y corrí a su encuentro. Hace 21 años que no me como como Dios manda una de esos acaramelados manjares. Corrí, y mientras lo hacía, noté cómo mis pasos se achicaban, mi estatura disminuía y mi respiración se hacía más pura. Corrí dos cuadras, nunca lo encontré. Regresé a casa desahuciado, con ropa diferente, con aguda voz, con cinco añitos nuevamente y casi chillando, me tomé de un trago otro anís... "¡Las distancias destruyen las costumbres!" me gritaba desde el cielo José Alfredo. -

- ¡Ni que lo diga, señora!. - ¡No joven, es que hacen falta modales!. - sí, realmente sí señora... pásele (suavicé el tono). - Porque ahora manejan como diablos. - sí (pensé en lo cierto de su frase), sí, pues... pues sí, pero no todos ¿eh señora?, ande pásele (mi mano nerviosa la inducía a caminar y quitárseme de enfrente). - Gracias muchacho, ya me voy, que tenga usted buen día. - igualmente (exclamé entre sonrisitas hipócritas de bien portado). CLAXON VARIO. - ¡Ya, ya!, ¿no le digo?!. Hablaba la mujer de unos 75 abriles tratando de retener con su mano a la fila de nueve autos atras mío que no dejaban de pitarme, desconcertados, descontrolados, hambrientos, durante aquella tarde, en aquel bonito paso de 1 x 1. La cortesía debiera ser derecho sólo de viejos. -

martes, 7 de noviembre de 2006

¡Chapó, Flaco!

INTRO. Me hacían falta seis tequilas, me hacía falta una linda dama que exhortara aún más mis disparatadas ideas y sobretodo, me hacía falta un México sin disturbios sociales, ni militantes radicales heridos, ni gas mostaza en Oaxaca, ni estudiantes jugando el papel de kamikazes. Y sin todo ello, quedé maravillado nuevamente ante la espontaneidad, el buen gusto y la sin razón que envuelven a la enigmática figura gris de un Sabina destartalado y ya casi sin complejos.

FLASHBACK. Cuando Joaquín llegó a mi vida se quedó, no pasó de largo ni fue uno de esos invitados que con la marcha del tiempo pierden su carisma. Alimentó a finales de los ochenta mi hambre de poesía con “Gulliver”, luego me intimidó e hizo sentir envidia con “Pongamos que hablo de Madrid” y finalmente echó sal en mis muy secretas heridas con “Más de cien mentiras”. Sólo mi adolescencia recuerda lo que hice con ellas y sólo a esa faceta de mi vida le debo el silencio.

Con el flaco de Úbeda, ese tío calavera, cínico y amigo de ladrones, padrino postizo de vida, he besado dos inolvidables bocas, sufrido resacas apoteósicas, capturado amaneceres a bordo de una barra, enamorado lindas gacelas que cantan a mi lado “amor se llama el juego”. He formado coros a capella con aquella coplita de Quintero, León y Quiroga de título resignado. A Joaquinito le debo más de siete escritos y más de cuatro polvos. Le debo el poroso sabor de las manzanas en la playa, debiera ofrendarle mis rústicos brindis en su honor y sacudirme el polvo en su presencia para que notara lo liviano que me vuelvo al escucharle.

Los años de bohemia, de aderezadas cenas, de rimbombantes fiestas, de falsos orgullos y de múltiples encuentros, han hallado su encrucijada al borde de todas sus canciones. Mi padre, por ejemplo, cantaba complacido “y nos dieron las diez” rodeado de minúsculos adolescentes; siempre cambiaba la letra. Mamá puede cubrir grandes distancias en el auto, llevando como único acompañante el disco entero de “mentiras piadosas”. Gerardo se reinventa “cuando aprieta el frío” y solloza a veces con “Rocío”, Jorge pone en quinta y dual su antiguo camión de los recuerdos al prenderse del mítico “pirata cojo”, Patricio cierra los ojos, despacio y frunce su nariz al reventar de su pecho algunos versos de la paradoja que duramente nos muestra “y sin embargo”, Arturo se las ve negras con “peor para el sol” y se autoproclama conquistador cuando oye de entre la niebla caer el sutil pianito que posa “a la orilla de la chimenea”, Bernardo se enfurece cuando canta “contigo” y reniega cada que puede contra los amores de aparador, Kéndiro se quita los lentes y canta muy quedo, a la par de la Varela, ese honorífico tanguito a Gardel, y yo, burdo señorito de silueta triste, le brindo a la muerte mis años de “tan joven y tan viejo”. Así deambulamos por el mundo, seguros al menos de poder interpretarle bien señor Sabina, porque qué es la canción sin sus cantores casuales.

I. No recordaba lo incómodo de los aposentos en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México, mi mente había bloqueado los excesivos precios de un tequila en la barra, mi jodida garganta olvidó el repaso de los fríos resecos durante el octubre capitalino y mis ojos de bisutería provinciana lloraban al compás del aire insano que sigue despidiendo el, para mí, bien ponderado Distrito Federal. Vaya estorbo de adjetivos.

El boleto anunciaba una gira ultramarina del “idiota que va debajo del bombín”, como él mismo se nombra. Y eso fue; una gira, en toda la extensión de la palabra, de esas que quedan remolineando en el alma y que luego salen a escena, años más tarde, abrazadas por el fuego eterno de una charla familiar.

Con doce minutos de retraso, engalanado en traje gris y portando bastón de popular elegancia, Sabina se arrancó con la letanía sexual de sus “aves de paso”, le siguieron 27*, y al final, ya todos con los ojos hinchados y los pulmones en anormal desorden respiratorio, nos fuimos de luna de miel a pasar unas “noches de boda” desenfrenadas, asy nos dieron las diez y las mil y una noches se quedaron cortas para tan descomunal desfile de bellezas encaramadas en la siniestra mente del nostálgico . (Olé)

II. Luego de aquella experiencia y ya más rutinario en ánimos… … … no, que desastre, más bien sí, qué desastre; Luego de aquella experiencia y ya más rutinario en ánimos, volví lentamente a mi guarida, la habitada por insaciables insomnios. Desperté un día, a mitad de la noche, desprotegido y tambaleante, debido a un sueño donde Olga Román (la linda corista del idiota citado con anterioridad) me platicaba, con sobrada profundidad y acento de argentina sureña, válgame Satanás, los últimos arreglos de su disco como solista, comentaba, entre otras cosas, que habría una breve, pero significativa participación (con esas exactas palabras) de Pedro Guerra en una canción cuyo título me es ahora inpronunciable, algo así como, qué se yo, como… como el… como “sal de ahí”, “siéntate aquí”, no, no, no recuerdo bien pero era algo con a – í. Yo, como siempre, no me veía en el sueño, pero quería hablarle y tocarla y decirle muchas maravillas sobre su detallada figura mas las letras se me iban deteniendo en la lengua. Debo, como dato marginal, apuntar que estábamos sin ropa en su cama, afuera se oían algunos autos, la luz de la habitación era semejante a la de las seis de la tarde, un rico frío recorría la estancia y tomábamos café, desde ahí, sentados, acurrucados, con una sabanita rosa que nos tapaba y potenciaba la sensación de los cuerpos desnudos.

III. Lo mismo un domingo con toros, divino placer efímero del aficionado, a un extenuante jueves de agitada jornada laboral, me es difícil citar aquí, algún momento en el que la música, arte y técnica de las musas, no moldeen mi frágil estadía por la Tierra. En ella y con ella, vuelco alegres bailes y cocodrileras lágrimas que me instan a vivir con más deleite y menos intolerancia hacia el desequilibrado sistema social en el que cohabito al lado de tantos, tantísimos cantores casuales.

Sin ellos, sin nosotros, que defendemos a capa y espada toda manifestación artística y melódica creada por los de nuestra especie, ese inquilino que se sube al escenario en patria ajena y deja el corazón ante la clamorosa multitud, no pasaría de ser uno más en el largo tren de pasajeros. Sólo así se comprende, como Joaquín Sabina lo recita, que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”.


* “pa’ qué te cuento cómo estuvo; si te lo perdiste fue por pendejo, porque ahorrar, podías”.
Usuario anónimo de celular en desahogada conversación con familiar o amigo luego del concierto.